El Irresistible Encanto de la Insania 4

 

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EL IRRESISTIBLE ENCANTO DE LA INSANIA

Ricardo Kelmer – Miragem Editorial, 2015
novela – traducción: Felipe Obrer

Luca es un músico, obsesionado por el control de la vida, que se involucra con Isadora, una viajante taoísta que asegura que él es la reencarnación de su maestro y amante del siglo 16. Él comienza una aventura rara en la cual desaparecen los límites entre sanidad y locura, real e imaginário y, por fin, descubre que para merecer a la mujer que ama tendrá antes que saber quién en realidad es él mismo.

En esta insólita historia de amor, que ocurre simultáneamente en la España de 1500 y en el Brasil del siglo 21, los déjà-vu (sensación de ya haber vivido determinada situación) son portales del tiempo a través de los cuales tenemos contacto con otras vidas.

Blues, sexo y whiskys dobles. Sueños, experiencias místicas y órdenes secretos. Esta novela ejercita, en una historia divertida y emocionante, posibilidades intrigadoras del tiempo, de la vida y de lo que puede ser el “yo”.

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In portuguese – blog 

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CAPÍTULO 10

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– ¿Quién eres vos?

Luca miraba a la figura rara adelante de él.

– ¿Una vieja amiga, no recuerdas?

Aquella voz era familiar.

– Esta cueva… yo ya he estado aquí…

Él miró alrededor, intentando reconocer al lugar.

– ¿Cómo andan las cosas?

– Pésimas – él respondió, suspirando. Estaba muy cansado.

– Veo que no estás queriendo volver allá afuera. Pero es necesario.

– ¿Ésto es real? ¿O es un sueño?

– ¿Qué no es real, Vehdvar?

Vehdvar… Él conocía aquél nombre.

– Estoy recordando… vos eres…

– Ihlishhhhhh…

Él fijó la mirada y vio a la enorme naja, la piel marrón y las escamas flamantes, con una geometría. La serpiente levantó parte del cuerpo y se llenó los pulmones, inflando el pescuezo. Entonces abrió la boca y mostró las presas afiladas. Él no sintió miedo.

Naja Hannah, Naja-Rey… – él murmuró, recordando antiguas palabras.

– ¡Mira, mira! Solamente la vieja serpiente podría animarlo… – Ella se desplazó hacia la piedra y se enroscó sobre el propio cuerpo para quedarse a su lado.

– Soy un fracaso, Ihlish.

– ¿E Isadora?

– Isadora es una loca.

– Amor y odio… Pasan los siglos y ellos no se sueltan.

– Déjame morir en paz, Ihlish.

– ¿La dama de blanco te ha encantado, eh? Pero antes de irte a sus brazos, mira ésto.

Él se volvió hacia el lago oscuro y notó que el agua ondulaba. De a poco una escena empezó a formarse en la superficie… Desde el alcázar de un navío un hombre observaba el mar. Luca supo inmediatamente su nombre: Enrique. Estaba envejecido, los cabellos enteramente blancos… Luca sintió una emoción rara. Era como volver a ver a alguien muy querido después de un largo tiempo. Asimismo, era bastante más que eso, era una afinidad, una complicidad intensa, ¿cómo explicarlo?

Supo inmediatamente que Enrique ya estaba al fin de la vida y que muchos años habían transcurrido desde su salida de un muelle en Barcelona, una mañana nubosa, hacia el cual nunca más había vuelto. Supo muchas otras cosas sobre su vida: la Compañía de Jesús, el Orden del Guardián, las misiones secretas, el peligro de la Inquisición…  El trabajo como misionero lo había conducido a tierras lejanas y lo había hecho convivir con otras culturas. Grande parte de la vida había pasado en barcos, surcando los mares. Los marineros catalanes lo llamaban llamador de vientos porque él sabía cantar y menear el sombrero para traer los vientos que necesitaban, y era a él que recurrían para bendecir sus barcos con ramitos de romero el día de Sant’Elmo. Él tenía una mirada triste y decían que la causa era un antiguo amor. Cuando le preguntaban sobre eso, él citaba los versos de March, el poeta catalán: Com se farâ que visca sens dolor tenint perdut lo bé que posseya?

Por la noche, el mar de China, la tormenta… Enrique estaba en el navío que se sacudía entre las olas enormes. Al anochecer un marinero había visto en el horizonte la fatídica carabela de los muertos, la nave translúcida que conducía a las almas de los desaparecidos, y eso los había llenado a todos de los peores presagios. Y ahora la tormenta repentina, las olas invadiendo el alcázar, todo siendo arrojado violentamente de un lado a otro. Era necesario abandonar el navío.

La tripulación lazaba los botes al agua, pero el terror y la confusión dificultaban todo. En cierto momento Enrique perdió el equilibrio y se golpeó la cara contra el mástil, abriendo una herida del lado derecho, y luego empezó a sangrar. Atarantado, él bambaleó y perdió el equilibrio. Y cayó en el mar helado. Trató desesperadamente de subir a flote para respirar, pero nada podía contra las grandes olas que lo hacían tragar cada vez más agua. Su cuerpo empezó a congelarse y sus fuerzas lo abandonaban… Cuando el bote estaba bien cerca de salvarlo, él se hundió. Y desapareció.

Luca lloraba, todavía mirando hacia las aguas oscuras del lago. Él sabía que Enrique se había dado por vencido cuando podría haber luchado un poco más por su vida. Y sabía también que en su último pensamiento estaba Catarina, la mujer que él nunca había olvidado y a la cual había abandonado en el muelle de Barcelona.

– ¿Entonces Isadora estaba correcta? – murmuró Luca, tocándose la cicatriz en la cara. – ¿Yo de hecho he sido Enrique?

– Tanto como cualquier otra persona lo fue – respondió la serpiente.

– ¿Cómo así?

– La vida de Enrique, igual que cualquier otra vida, incluso la suya, puede ser accedida por cualquier uno, pues en un nivel más profundo todas las vidas están interconectadas por las experiencias vividas, formando una sola vida, un único yo.

– Entonces no existe…

– Reencarnación. Es una ilusión del ego, que se identifica con la otra vida y entiende eso como recuerdo porque está atado al tiempo lineal, en el cual pasado, presente y futuro ocurren en secuencia.

– ¿Y no ocurren?

– Solamente para el ego. Vos y Enrique se identifican profundamente y sus experiencias se cruzan a través de los siglos porque para el yo superior el tiempo es una red en la cual pasado, presente y futuro se cruzan en todos los puntos.

– Entonces todos los tiempos ocurren…

– Al mismo tiempo. Y todos tus yos son todos los otros. Por eso cualquier vida puede ser influenciada por la vida de cualquier persona de cualquier tiempo.

– Así siendo, el pasado puede ser…

– Cambiado. De la misma forma el presente y el futuro, pues todo está siempre ocurriendo…

– Ahora.

– Pero solamente un recuerdo profundo del yo puede realmente cambiar el tiempo. Porque en verdad el tiempo está adentro…

– Del yo.

La serpiente se movió…

– Todo ocurre en la mente, Vehdvar.

… se desplazó hasta el lago…

– Cámbiate a tí mismo, y todo cambiará.

… y desapareció de nuevo en las aguas oscuras.

*      *     *

Una bella mujer de vestido blanco. Adelante de él, ella lo miraba de una manera que lo invitaba…

– Debe ser una mujer muy bonita para hechizarte así…

Aquella voz… Luca se dio vuelta. Y vio a Isadora.

– ¿Qué haces en mi sueño?

– Este sueño es nuestro.

‒ Entonces es una pesadilla.

‒ He venido a buscarte. Ven.

– Es demasiado tarde, Isadora.

– ¿Por qué?

– Porque me he cansado.

– Vos tienes que intentar, Luca. No puedes darte por vencido.

– Tanto puedo que me he dado por vencido.

– Intenta solamente un poco más, por favor…

Él dio un paso hacia adelante, en dirección a la mujer de blanco. Era su falda lo que necesitaba, su comprensión. Estaba cansado de luchar, contra la vida, contra sí mismo, contra todo. Solamente deseaba extinguirse, no tener que despertar jamás. Solamente eso.

– No la mires, Luca – Isadora pidió. – Mírame a mí.

Pero él estaba decidido.

– ¿Luca, me escuchas?

Él no respondió. Y siguió en frente.

– Entonces yo iré contigo.

Él se dio vuelta hacia ella, sorprendido.

– Vos no harías eso.

– Lo estoy haciendo.

Él sintió la mano de Isadora sosteniendo la suya, firme. Y en ese momento el abismo surgió bien a su lado, un abismo oscuro y profundo susurrándole su nombre. Si saltara hacia la oscuridad, él perdería absolutamente el control sobre su propia vida, sobre todo, y sería apenas un pobre idiota del amor, no lo aceptarían más en el Orden, sería expulsado de la banda, la Inquisición lo quemaría en la hoguera, sería el fin…

La mujer de blanco y el descanso, el nunca más tener que despertar. El abismo oscuro y la entrega del control. Ambos lo llamaban…

– Estamos juntos, Luca… – Isadora susurró.

Y antes que ella dijera cualquier cosa más, él saltó.

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CAPÍTULO 11

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La primera cosa que él vió fue una luz suave y colorida. No sabía adónde ni cuando estaba, pero aquellos colores le trajeron una diáfana alegría, venía de lejos, muy lejos…

En otro momento juzgó notar una presencia femenina, dulce y protectora. Trató de decir algo pero el esfuerzo fue tan grande que se desmayó.

Por fin, abrió los ojos. Luego de un momento de confusión mental, entendió que estaba acostado, la cara hacia arriba, y había una sábana blanca sobre su cuerpo… Estaba acostado en una cama… una habitación de hospital… un tubo de suero conectado a su brazo… Adelante de él la ventana entreabierta dejaba entrar la claridad del día. Y a su lado estaba su madre dormitando en la silla.

– ¿Mamá, qué día es hoy? – él preguntó y doña Gloria casi se cayó de la silla, despertando de un susto.

– ¡¡¡Luca!!!

Ella lo abrazó, emocionada. Luca trataba de recordar lo que podría haber ocurrido con él. Pero nada le venía a la memoria.

– ¿Qué ha pasado?

– Hijo mío, que bueno que vos…

– ¿Dime, madre, qué ha pasado?

– Un accidente, hijo mío – ella respondió, secándose una lágrima. – Pero no pienses en eso ahora.

– ¿Accidente?… – Él no recordaba ningún accidente. – ¿Cuándo?

– Vos has estado en coma a lo largo de un mes.

Él se concentró para recordar cualquier cosa que fuera, pero no consiguió. Insistió en saber sobre el accidente. La madre le explicó: un coche había avanzado la preferencial, choque muy violento, una suerte tremenda que él estuviera vivo.

– ¿Yo estaba solo?

– Hijo mío, vos estás débil, tienes que reposar…

Ella no necesitó responder. Súbitamente él recordó a Bebel, el fin de semana en la playa, su cara, su sonrisa tierna… Las lágrimas resbalaron y él no consiguió decir nada más. Y adormeció sollozando.

*      *     *

Al día siguiente el recuerdo le trajo otras imágenes. Una española de nombre Catarina… un jesuita portugués… viajes en navíos… Todo se confundía entre sueño y realidad, pero eran imágenes que lo emocionaban. Tuvo la corazonada de que, mientras había estado allí en coma, muchas cosas habían ocurrido con él… Y adormeció una vez más.

Cuando despertó de nuevo, se sentía más bien dispuesto. Doña Gloria confirmó la muerte inmediata de Bebel y del bebé en el accidente. Contó que él había sido rescatado con muchas lesiones y que en el hospital contrajo una neumonitis, que lo había dejado por varios días al borde de la muerte, desanimando a todos, incluso a los propios médicos. Pero, de un momento a otro, él se recuperó, sorprendiendo a todos.

– Los chicos de la banda te han traído ese paño ahí de regalo – contó Celina, feliz por tener al hermano de vuelta.

– Yo lo he colgado en la ventana para reducir la claridad – dijo doña Gloria. – Un día vos has abierto los ojos, y al ver el paño te has sonreído. Y te has dormido de nuevo. Fue ese el día en que tuve la certeza de que volverías.

Él miró el paño y lo reconoció. Era una pintura con el nombre Bluz Neón a varios colores y las imágenes de los cinco en silueta, tocando. Echó de menos a los amigos, ¿cómo estarían? Pero otra cosa lo molestaba.

– ¿Alguien tiene noticias de Isadora? – él preguntó, y de repente estremeció: ¿ella aún lo esperaba en aquél muelle?

No, ninguna noticia, doña Gloria no sabía de Isadora. Celina tampoco. Él sintió la tristeza invadiéndole el alma. Isadora… ¿Adónde andaba?

– ¿Vos estás bien, hermano? – Celina le preguntó.

– Estoy. Pero quiero quedarme un poco solo.

– ¿Estás seguro?

– Estoy.

– Está bien. Cualquier cosa, grita.

Celina lo abrazó y salió, junto con la madre, cerrando la puerta del cuarto.

Luca se dio vuelta de costado, acomodando el cuerpo en la cama. Y cerró los ojos. ¿Entonces era verdad? ¿Entonces Isadora tenía razón? ¿Él de hecho había sido Enrique, el brujo portugués, el maestro-amante de Catarina? Que cosa increíble… No solamente había recordado – ¡había revivido todo! De alguna forma, a lo largo de aquellas semanas en coma, su alma viajó hasta el siglo 16 y vivió como Enrique. Y vivió de nuevo todas las emociones, los sentimientos, los miedos, todo…

– Increíble… – él repetía para sí mismo, cada vez más impresionado. Ahora entendía qué significaba aquella historia de recordar otra vida. ¿Y cómo explicarlo, cómo? Era tan real como recordar un hecho ocurrido hacía algunos años. Las ropas, las casas, la manera de hablar el portugués, el castellano, el catalán… ¿Cómo podría sentir y saber todo aquello de forma tan nítida si no hubiese realmente vivido, cómo? ¿Y el contacto con la piel de Catarina, su olor?…

Sí, él había sido Enrique, un portugués que usaba el disfraz de misionero de la Compañía de Jesús para desarrollarse como iniciado de un orden secreto, el Orden del Guardián. Un aventurero de varias identidades y que tejía su vida en los cuidados de la sordina y de la disimulación. Un conspirador religioso y nacionalista ferreño. Un hombre letrado, dedicado a preservar a toda costa el conocimiento de su orden. lo que lo había convertido en enemigo silencioso de la Inquisición Católica. Un hombre dividido entre sus virtudes y defectos, que llevaba la vida arriesgándose y probando los misterios. Y también un hombre que huyó de la confrontación decisiva de su vida: el amor por Catarina. Porque no admitía abdicar de la seguridad que la Compañía representaba.

Y la culpa por haber huido lo acompañó como una llaga hasta el momento final. Y fue ella la que lo hizo optar por la muerte en aquél mar helado, cuando aún le quedaba una última chance de vivir.

¿O habría otra explicación? – Luca pensó mientras le venía el recuerdo diáfano de un sueño en el cual él parecía descubrir que… que había otra manera de comprender aquél fenómeno de recordar otra vida. Sí, parecía haber otra explicación… Tenía algo que ver con la noción del yo, la noción de individualidad, algo así… Él buscó recordar pero no consiguió. Bien, si había otra forma de comprender lo que le estaba ocurriendo a él, quizás descubriría a continuación. Por ahora lo que sabía era que él, de algún modo, había estado en otro tiempo. Y que Isadora también había estado allá.

– Catarina, mi amor… – Luca susurró, mirando hacia la distancia por la ventana del cuarto. – Yo he vuelto.

*      *     *

La última noche en el hospital, una semana después de volver del coma, Luca demoró en dormirse, aún envuelto por los recuerdos de la vida de Enrique. Los sonidos de los carruajes estridentes, el polvo en los ojos, el olor de las cervecerías de Munique, el gusto de la pimienta, del jengibre y de la canela que los navíos traían como novedad de las Indias… Bastaba cerrar los ojos para sentir todo de nuevo, intensamente.

Entonces notó que una idea parecía querer llegar… Una idea se acercaba… Una idea rara, venida de algún lugar de los confines de su mente… Hasta que llegó, como un cometa cruzando los cielos del pensamiento, y su luz pareció alumbrar toda la habitación: él seguía adonde Enrique había parado. ¡Sí, seguía! Y la bajada a la cueva ahora consistía en enfrentarse al miedo de perder el control de la vida. Era ese el próximo reto, que Enrique había rechazado: abandonar el control.

Impresionado con la clareza que terminaba de descubrir, Luca respiró hondo, buscando contener la euforia. Ahora entendía que quizás el taoísmo le había aparecido a través de Isadora justamente para que alcanzara el conocimiento que le había faltado a Enrique. Era como si fuera un plan dibujado para él. ¿Estaría todo ya escrito? ¿Por la propia vida?

Antes del accidente las cosas ya estaban fuera del control y solamente él no se daba cuenta. Los problemas, los pequeños accidentes y las enfermedades frecuentes, los conflictos con la banda, el ambiente feo en el trabajo, la pérdida del coche, la partida de Isadora y, por fin, el embarazo de Bebel. La vida no podría haber sido más explícita. Y, asimismo, él no había entendido el mensaje.

Luego de mucho pensar y subrayar enlaces entre los hechos de su vida y la de Enrique, Luca se durmió sonriendo, con la sensación de estar renaciendo. Y aquella misma noche soñó con Isadora, un sueño fuerte y nítido. Él la encontraba en un lugar al borde del mar, ella estaba aún más bella.

– ¿De dónde vienes, Isadora?

– De cuatro minutos en el futuro.

– No – él la corrigió. – Fueron cuatrocientos años.

– Tenemos que ajustar nuestros relojes, Luca.

*      *     *

El autobús empezó a salir y Luca miró por la ventana. En la plataforma, Junior, Ranieri, Balu y Ninon saludaban con vasos y una botella de whisky, brindando a él. Junior tocaba en la guitarra alguna música de la banda. Él saludó también, un trago de emoción trancado en la garganta.

Se acomodó en el asiento y respiró hondo. La ciudad pasando lentamente a través de la ventana parecía darle adiós en cada una de sus esquinas. Un súbito temor subió por su espalda, un miedo de dejar todo hacia atrás, de seguir un camino que no sabía adónde podía dar. Era como saltar en el abismo…

Abrió la mochila y agarró la concha que Isadora le había dado al margen de la laguna de Uruaú. La había encontrado días antes en un cajón del ropero, ni siquiera la recordaba más. Recostó la concha al oído y el sonido del mar poco a poco lo calmó…

Dos meses antes estaba saliendo del hospital, muchos kilos más delgado, cicatrices por el cuerpo, aún bastante debilitado. En pocos días acordó la salida de la banda y del empleo, entregó el departamento, vendió algunas cosas y pagó la cuenta en el restaurante. Y compró el pasaje. A doña Gloria no le gustó nada la idea. Celina quedó temerosa de que el porrazo en la cabeza hubiese afectado el juicio del hermano. Los compañeros de la banda no podían comprender cómo él abandonaba un sueño estando tan cerca de que se concretara. Pero para él todo estaba claro, bien claro.

En medio de la madrugada despertó recordando a Bebel. Sentía su presencia, su mirada, casi podía ver adelante de sí la cara de niña y la sonrisa franca. Recordó las noches de cariño, su cuerpo acogedor. Recordó su labor con afinco en el bar, sus sueños de retomar la facultad, el dinero que ella le había prestado… y que él no pagó. Recordó su manera sutil de reprochar su conducta autodestructiva. Y recordó que había llegado a desear ser Enrique solamente para librarse de aquél embarazo. ¿Sería él, de alguna forma, culpable de su muerte?

Retiró del bolsillo una foto, recuperada de la cámara de Bebel, que la hermana le había dado. En la foto estaban él y Bebel, abrazados en la terraza de la casa de playa, la puesta del sol al fondo. ¿Qué exacto sentido aquella mujer había tenido en su vida aquellos meses? Si ella no estuviera manejando, habría fallecido él? ¿Sería posible que ella, de alguna manera, se hubiera sacrificado por él? ¿Algún día descubriría respuestas para aquellas preguntas?

Pero Bebel se había marchado. Y él ni siquiera una vez le había dicho cuánto realmente la quería, cuán importante era ella, cuán hermosa era. Vivía tan sumergido en sus problemas, cerrado en su egoísmo y en su insana lucha contra la vida… No había sido digno de ella. Y el día que finalmente aceptó el hijo que tendrían, ella se marchó. Ellos se marcharon. Para siempre.

Emocionado, tomó la lapicera y escribió en un pedazo de papel, poniendo para afuera lo que estaba apresado en su pecho:

Ah, ese gusto raro
Del amor que podría haber sido
Pero no ocurrió
Y se fue para nunca más
El amor que no pudo crecer
Pero siempre juega a ser
Cuando yo miro hacia atrás

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CAPÍTULO 12

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‒ Mi nombre es Luca de Luz Neón y todos los viernes y sábados toco acá en el Papirar. Espero que les haya gustado. Gracias.

Luca agradeció los aplausos, se levantó de la banqueta y apagó el aparato. Guardó la guitarra en el estuche y bajó del pequeño modulado de madera que servía de tablado. Charles se acercó a él.

– ¡Hoy estuviste regio! – lo elogió Charles, abrazándolo. – ¡Fue realmente alucinante!

– Gracias.

– Estoy incluso pensando en elevar tu caché.

– No tengo nada en contra.

– Vos lo mereces, muchachito. Ahora siéntate ahí que está llegando un guiso de pescado como te gusta.

Luca se sentó a la mesa y se desperezó, estirando los brazos y las piernas. El bar estaba lleno, como ocurría todos los fines de semana. En las mesas él podía reconocer moradores de Pipa que siempre iban al bar y algunas caras nuevas, de turistas brasileños y extranjeros. Charles, un ex-hippie con sus sesenta años, era el dueño, y su mujer Solange era su socia en el negocio. A ellos les había gustado su estilo musical y lo habían contratado para ser el músico permanente de la casa.

Luca abrió una botella de agua y tomó, sanando la sed. Nueve meses…, él pensó. Al día siguiente se cumplirían nueve meses desde que había salido del coma. Y siete meses desde que había bajado de nuevo en Tibau del Sur, él, dos mochilas y la guitarra. Un impulso irresistible lo había conducido hasta allá. Sabía, en el fondo de su ser, que era allá que debería empezar otra vez su vida.

Fue raro ver de vuelta al lugar, aquellos árboles, el río, los pájaros cantando al amanecer… Asimismo, se sintió bien, era como estar en casa. Acampó de nuevo en el camping de doña Zezé, que se recordaba perfectamente de él. Pero a la segunda semana ella le propuso salir del camping y mudarse a la posada: cambiaría el alquiler de la habitación por clases de guitarra y computación para sus hijos, ¿qué tal? La habitación era pequeña pero tenía ropero, mesita, ventilador, ventana con cortina y cuarto de baño. Y el desayuno estaba incluido. Luca ni lo pensó dos veces: negocio cerrado.

La mañana del primer día en su nueva habitación, él despertó y fue al baño. Al pasar por el espejo, paró y se miró por un tiempo. Había algo raro en su cara, en su expresión… Se miró con más atención, buscando descubrir qué podría ser. Sí, había realmente algo distinto, algo que él no conseguía identificar. Los días a continuación tuvo la misma impresión. Había algo raro, sí, ¡que cosa! ¿Pero qué sería? Por más que buscara, no encontró. Terminó dándose por vencido.

Había sido doña Zezé, siempre atenta, que le había aconsejado buscar trabajo en Pipa. Él fue, conoció a Charles y Solange y el mismo día volvió empleado. Así de simple. Ahora tenía trabajo fijo, un trabajo placentero, en el cual podía tocar sus músicas predilectas, incluso sus propias músicas. Y, que alivio, ahora no tenía más que preocuparse con alquiler y reuniones de condominio. Ni con el precio del combustible. Y por encima podía bañarse en el mar todos los días.

Siete meses de soledad. Una soledad al principio rellenada por recuerdos insistentes que siempre venían acompañados de dolorosas revelaciones. Una armadura vieja y herrumbrada, era eso lo que él por mucho tiempo había usado, ahora veía muy bien, un armadura hecha de viejas ideas sobre la vida, que lo protegía de ciertos peligros, sí, pero que cada vez más lo impedía de caminar. Y las máscaras, había también las máscaras, ahora cayéndose una tras otra, revelando su auténtico ser, lleno de imperfecciones. Y había los demonios, muchos, saltando hacia afuera del ropero a todo instante, forzándolo a reconocerlos y mirarlos de frente.

¿Cómo podía haber errado tanto? ¿Y cómo había insistido tanto en un camino que lo conducía hacia lejos de sí mismo?

Hubo días en los cuales, desesperado, buscó a alguien para charlar porque les tenía miedo a sus propios pensamientos. Si no fuera la compañía de doña Zezé y las clases de los niños, posiblemente habría tendio una irrupción psicótica. Podría haber terminado en un hospital psiquiátrico. Pero la larga noche había pasado.

– ¡Mira el guiso calentito!

Era Charles, volviendo a la mesa. Traía en la bandeja un plato de barro humeante.

– ¿Sabes que mañana cumplo nueve meses de haber vuelto del coma? – Luca comentó mientras se servía.

– ¿Nueve meses? Entonces mañana vos nacerás, muchachito. ¡Una cerveza para festejar!

*      *     *

El trabajo en el Papirar era de hecho excelente, y a cada fin de semana él conocía a muchas personas y entablaba buenos contactos profesionales. Por cuenta de uno de esos contactos, viajaba una vez por mes hasta Natal, adonde tocaba en una casa de espectáculos. Como el dinero que ganaba era más que suficiente para sus gastos, rápidamente pudo comprarse una guitarra nueva y un parlante importado, cosa que nunca había tenido en los tiempos de la banda.

Llevaba una vida simple y saludable. Ahora tomaba menos, dormía más y se alimentaba mejor. Nadaba todos los días y tenía tiempo para leer muchos libros. Mantenía contacto con la familia y los amigos por Internet, usando la computadora de doña Zezé. En breve se compraría una para él, pero mientras tanto eso no le hacía falta. Y componía bastante, ahora aventurándose en otros ritmos más allá del blues.

No sabía cuanto tiempo seguiría allí en Tibau del Sur, ni sabía hacia adónde iría después. No sabía qué le pasaría, no sabía de nada. Antes del accidente tampoco sabía de nada más, es verdad, pero la diferencia es que ahora no tenía ninguna preocupación en cuanto a eso. Sabía solamente que hacía lo que debería hacer, y esa tranquila certidumbre lo llenaba de la mayor de las libertades.

Sobre las mujeres, el trabajo en el bar le permitió conocer a varias, e incluso se acostó con algunas. Pero al día siguiente ellas siempre volvían para sus ciudades y él seguía solitario.

Solitario, sí, pero en su pensamiento cierta mujer era presencia constante…

– ¿Isadora, adónde andas, desquiciada?… – él se preguntaba todas las mañanas mientras caminaba por la playa. Quizás ya fuera digno de merecerla, como no había sido Enrique en aquella lejana mañana en el muelle de Barcelona. Como no había sido él también, Luca. Quizás fuera finalmente digno de ella. ¿O ya había arrojado a la basura todas las oportunidades?

Un día, hojeando distraído una revista, vio la imagen de una serpiente naja… y de repente recordó. Recordó un sueño raro… Parecía haber ocurrido hacía tanto tiempo… Era un sueño con un clima misterioso, una atmósfera antigua, sagrada… La serpiente le decía cosas sobre la naturaleza del yo, del tiempo, vidas simultáneas…

– ¡Es eso! – exclamó, tomado por una súbita euforia. Era ese el sueño que él deseaba recordar desde su salida del coma. Y, así, durante los días a continuación, el recuerdo de aquél sueño raro ocupó su pensamiento, la serpiente, aquellas ideas confusas sobre la vida y el tiempo… Eran ideas nada ortodoxas, sí, pero eran instigadoras y él sentía que ellas ocultaban cosas profundas y reveladoras. Quizás un día harían más sentido.

*      *     *

Programa de fin de tarde: viajar en el atardecer. Siempre que podía, Luca bajaba la ladera del río para ver la puesta del sol, sintiendo la brisa en la cara y deleitándose con el olor del mar. Y tocaba para los delfines. Bastaba sentarse al margen del río y hacer sonar las primeras notas en la guitarra que luego surgían sus cuerpos grises en la superficie, los hocicos lisos, las faces risueñas. Quedaban bien cerca, atentos, escuchando… De vez en cuando uno u otro saltaba de repente y el cuerpo ágil brillaba bajo los reflejos de la puesta del sol. Luca se reía, feliz: aquellos eran sus modos juguetones de aplaudir su arte y decir que sí, estaban de acuerdo, la libertad es solamente un sinónimo de no tener nada que perder.

Tocar para los delfines le traía la maravillosa sensación de estar conectado con la Naturaleza, una sensación buena de seguridad, seguramente la misma seguridad que debían sentir los bebés en la falda de la madre, pensaba él. Y, asimismo, era la misma Naturaleza, inmensa y misteriosa, que tanto lo había aterrado aquella mañana en la laguna de Uruaú.

Solo, sentando al borde del río, él tocaba las músicas predilectas y recordaba… Recordaba a doña Gloria, que llamaba para preguntar qué estaba comiendo su hijo y cuándo volvería. Recordaba a la banda, los ensayos divertidos, los shows inolvidables. Después de su salida, Junior había asumido como cantante de la Bluz Neón y se había vuelto novio de Sonita. Pero los dos peleaban tanto que eso interfirió negativamente en los trabajos y dividió a la banda. El resultado fue que no grabaron el CD y la banda se terminó. Junior y Sonita se separaron y él ahora intentaba armar una banda de música disco. Y Sonita se había vuelto novia del contrabajista Ranieri.

Luca se reía, divirtiéndose con los recuerdos y los despatarres que sus amigos armaban. El destino había querido que se separara de los amigos, sí, pero él ahora recibía al destino con un abrazo de confianza, y estar vivo era algo asombroso y estimulante. Meses antes se sacudía en medio de los acontecimientos como quien lucha desesperadamente para no ahogarse. Intentaba controlar a la vida como si eso fuera posible, sin saber que bastaba fluir junto con ella, como hacía ahora y como hacían los chicos que hacían de sus cuerpos tablas en el mar de Tibau del Sur, domando a las olas sin competir con ellas.

Ahora miraba hacia atrás y se espantaba de cuán ciego y perdido había andado. Era como si hubiese huido del infierno, un infierno en el cual lo que verdaderamente ardía era su miedo de entregarse a la vida.

*      *     *

Una mañana Luca despertó y, como hacía siempre, fue al baño. A la salida, paró en la palangana para lavarse la cara y, al mirarse al espejo, vio la imagen de su cara. En ese exacto instante entendió finalmente el motivo de la cosa rara que sentía todos los días siempre que se miraba en aquél espejo. Y ser rio mucho. Allí la imagen de su cara era una imagen única, entera, bien distinta de la imagen dividida del espejo partido de su antiguo departamento.

Luca tocó la superficie del espejo como si acariciara su propia cara. Era raro verla así, entera, una, parecía otra persona. De repente sintió cariño por aquella persona que lo observaba en el espejo, un cariño formado de comprensión, compasión, amor y perdón. Sí, era él mismo, evidente, pero al mismo tiempo era otra persona, otro Luca…

Súbitamente, entendió que no estaba del lado de afuera del espejo – él era el del espejo. Él estaba adentro del espejo y miraba al Luca que estaba afuera. Y entonces pudo darse cuenta de que él, el del espejo, siempre había estado allí, que todos los días lo miraba al Luca del lado de afuera y lamentaba que él no lo viera de verdad, y viera solamente a un Luca fragmentado, dividido en varias partes, despedazado en sus propias contradicciones. Él, el del lado interno del espejo, siempre había sido el Luca que vivía aquél tiempo futuro, aquél tiempo de encuentro consigo mismo, y todos los días intentó hacer con que el Luca de afuera despertara del sueño que vivía y se diera cuenta de que podía interrumpir el ciclo de autodestrucción al cual se había entregado. Y, así, todos los días la superficie del espejo era una fina membrana separando a dos realidades: en una de ellas Luca moría, en la otra él, renacido, esperaba por sí propio.

Luca dio por sí y notó que seguía mirándose al espejo, y se reía sin saber exactamente porqué se reía. Se sintió un bobo, mirándose a sí mismo como si nunca se hubiera visto antes. Y cuanto más pensaba sobre el hecho, más bobo se sentía y más graciosa se volvía toda la cosa. Luego estaba riéndose hasta las lágrimas y lo que era risa se convirtió en un llanto de felicidad, una felicidad rara, formada de la súbita convicción de que, sí, era necesario morir para encontrarse.

*      *     *

Un día, charlando con Charles y Solange, Luca descubrió que ellos tenían un I Ching. Inmediatamente recordó que una vez, en la cocina de su departamento de Fortaleza, Isadora había consultado al oráculo para él. Y que había apuntado el resultado en su agenda.

Pidió el libro prestado y buscó el hexagrama Receptivo. Leyó y se asustó.

“En el otoño, cuando cae la primera helada, el poder de la oscuridad y del frío empieza a manifestarse. Luego de los primeros indicios, las señales de la muerte se irán multiplicando gradualmente hasta que llegue el rígido invierno con su hielo. Lo mismo ocurre en la vida. La decadencia surge, al principio sugerida por pequeñas señales, para en seguida crecer hasta la llegada de la disolución final.” 

Se quedó mirando las palabras, sorprendido con la relación que tenían con su vida. ¡Ahora era tan obvio! Oscuridad, frío, rigidez, decadencia… los primeros indicios… las señales de la muerte… No podrían haber palabras más exactas para resumir lo que le había pasado. Y él simplemente no había captado el mensaje. ¿Cómo podía ser tan ciego?

Durante semanas pensó sobre aquél mensaje del I Ching y su relación con las ideas que últimamente tenía sobre el tiempo. ¿Qué habría ocurrido, él se preguntaba, si el hubiera captado aquél mensaje la primera vez que lo leyó? Seguramente habría alterado su futuro y, así, aquél futuro doloroso que él posteriormente vivió no existiría. Pero existió, ocurrió. Entonces, si hubiera captado el mensaje, habría alterado un futuro que ya pasó, o sea, habría alterado lo que ahora era pasado.

– Caramba… Es posible alterar el futuro – concluyó Luca, espantado con el descubrimiento. – Y también el pasado.

*      *     *

Aquella mañana nubosa había pocas gaviotas jugando en el cielo de Tibau del Sur. Bajo el techo de paja de un bar al borde del despeñadero de la playa, Luca respiraba el olor del mar y miraba un barco anclado… Nueve meses. Aquél día cumplía exactamente nueve meses de haber salido del coma.  Luca se rio, recordando la noche anterior en el Papirar, Charles diciéndole que él estaba naciendo…

Fue en ese momento, como un anhelo, que la canción quiso salir. No solamente quería, ella necesitaba salir. Rápidamente, él agarró la guitarra y… la música salió, resbalando por los dedos y por la boca como si ya estuviera pronta en algún lugar adentro de él.

El viento en el cabello
El polvo en la carretera
Trasnochar en esa posada
Mañana temprano seguir
La vida es una carona incierta
Pero siempre me lleva
Adónde yo necesito ir

– Música bonita… ¿Es nueva?

Aquella voz…

– Acaba de salir – él respondió, parando de tocar.

Ella se sentó a su lado, mirando al inmenso mar adelante, el barco anclado… Él se dio vuelta despacio, mirándola de perfil: ella estaba tan hermosa… Más hermosa aún que en sus sueños.

– ¿Ésto es un sueño? – él preguntó.

El olor de su cabello lo hacía sentirse liviano…

– ¿Y qué no es sueño, Luca?

– ¿De adónde vienes?

– De la posada de doña Zezé. Ella dijo que yo te encontraría acá.

Luca se rio. Una gaviota pasó bien cerca.

– Vos estás preciosa.

– Y vos como estás bárbaro, con una cara saludable…

– ¿Cómo ha sido el viaje?

– Fue increíble, quedé un año viajando. Ahora quiero parar un tiempo.

‒ ¿En San Pablo?

‒ O acá…

Ella se sonrió, mirando al mar. Y él se sonrió también.

– Por hablar en eso, ¿ya has encontrado una definición para el Tao?

– Ah… – Ella se rio, recordando una conversación antigua.  – Sí, finalmente la encontré.

– ¿En serio? Entonces dime.

– El Tao es la tal cosa y Tao.

Ellos se rieron, y de repente era como si aún estuvieran charlando aquella tarde lluviosa en el restaurante de doña Zezé.

– ¿Tuve un accidente, te has enterado?

– No. ¿Cuándo?

Él le contó sobre el accidente, el coma y su recuperación. Isadora escuchaba impresionada. Él contó también sobre Bebel.

– Yo he fallado, Isadora… No he sabido cuidarla.

– Vos has hecho lo que pudiste. – Ella lo consoló mientras se secaba las propias lágrimas.

Luca la tomó en sus brazos, y de repente nunca en ningún tiempo se habían separado. De repente no había pasado más que un año desde el último encuentro. De repente la vida retomaba su curso, naturalmente, fluyendo como debería fluir, río que desciende hacia el mar…

– ¿Por qué has vuelto hasta acá, Luca?

Él se sacó del bolsillo una concha.

– Ella me susurró que yo necesitaba completar mi misión.

– ¿Misión?

– Volver a vos.

Ella se sonrió y él completó:

– Como debería haber hecho hace cuatrocientos años.

Ella lo miró sorprendida.

– ¡¿Entonces vos… has recordado?!

– Sí.

– ¡No puedo creerlo! Cuéntame, quiero saber como fue.

– Fue durante el coma. Pero no creo que recordar sea la expresión correcta.

– ¿Por qué?

– Sabes… ando pensando unas cosas sobre el tiempo, la noción del yo… Quizás yo no haya sido Enrique.

– ¿Cómo así?

– Quizás todos hayan sido Enrique. Y quizás aquél tiempo aún esté ocurriendo. Es una alternativa a la teoría de la reencarnación, algo más profundo y mucho más loco.

– Hummm… La multidimensionalidad de la existencia.

– ¡Exactamente!

– Que coincidencia, Luca… Hace unos días leí algo sobre eso y quedé bastante curiosa. Me parece que tenemos millones de cosas para charlar.

– Sí. Pero por ahora quiero solamente que me perdones. ¿Vos me perdonas?

– ¿Por qué?

– Por haber huido.

– Solamente si vos me perdonas por haberte abandonado en un momento tan difícil.

Ellos rieron juntos. Nada de aquello importaba más.

– Vos me has libertado, Isadora. Y yo ni sabía cuan preso estaba.

– Tuve tanto miedo de haberte perdido para siempre, Luca… Pero yo sabía que vos estabas en tu propio tiempo, yo tenía que confiar en la vida.

Los ojos de Isadora… Él notó que la insania seguía allá, bella y encantadora, un abismo color de miel susurrando su nombre. Pero ahora no tenía más miedo.

– Creo que podemos ahora ajustar nuestros relojes, Isadora.

Él la tironeó y la besó. Era como si el gusto de Isadora jamás hubiese abandonado su boca. Y por un instante el tiempo paró, lo suficiente para que el pasado, el presente y el futuro se alinearan al ritmo exacto de los latidos de sus corazones.

Él abrió los ojos. Ella lo miraba a él con una expresión de espanto.

– Isadora… yo ya he vivido eso antes…

Ellos se miraron, la mirada vaga, como si no estuvieran allí. Como si buscaran algo perdido en la memoria del tiempo.

– Yo también, Luca…

– Un déjà-vu

– Pero… ¿nosotros dos al mismo tiempo?

– ¿Eso es posible?

– Nosotros ya hemos vivido… eso antes…

Él la abrazó y así se dejó estar, muy junto a ella, íntegramente abarcado por la sensación de ya haber vivido aquello antes… Cerró los ojos y trató de recordar cuando había vivido aquella misma situación, pero todo lo que le vino fue la sensación de estar girando, girando… Era como si estuviera en un círculo, girando, siempre pasando por aquél mismo lugar… girando en un círculo, siempre pasando por el mismo punto, siempre…

El mismo punto, sí, pero en otro nivel – él súbitamente entendió. ¡Otro nivel! Porque de hecho no estaba en un círculo, pero en una espiral. Sí, una espiral, en la cual el tiempo está siempre girando y retornando al mismo lugar para ser de nuevo, sí, para ser eternamente de nuevo… pero en otro nivel, de otro modo. ¡De otro modo!

– ¿Qué ha pasado? – ella preguntó.

– No lo sé, un mareo…

– Hace días que estás raro.

Él la tironeó por la mano y empezó a correr.

– Vamos a salir de acá… ¡Rápido!

– Pero…

– Ven. Por aquí.

– ¿Has enloquecido?

– Debería haber enloquecido hace mucho tiempo.

– ¿Y el viaje?

– No iré más.

– ¡¿No?!

– Habla bajo. Es secreto.

Él siguió tironeándola por la mano, corriendo por entre la niebla del muelle.

– Pero… ¿Por qué has desistido de ir?

– Porque mi lugar es junto a tí.

– Pero… nosotros nos encontraríamos en seguida.

– No, no nos encontraríamos.

– ¿Cómo así?

– Yo te explicaré después. Vamos, de prisa.

– ¿Y la Compañía?

– ¡Al rayo que la parta la Compañía!

– ¡Ah, no! – Ella estancó el paso, soltándole la mano. – Explícame de una vez ese cambio de idea.

Él paró más adelante, sin aliento, y volvió. La tomó por los hombros y le dijo bajito:

– Existe una manera más segura de que lleguemos a Brasil. Pero te lo explico después, no quiero que me vean…

– ¡No, Enrique! ¡Solamente salgo de aquí después que me expliques!

Él respiró hondo. Miró hacia los costados, preocupado de que lo vieran allí. Allá atrás, entre la leve y densa niebla que había, el navío seguía anclado en el muelle, meneándose con las olas, los marineros subiendo las velas. Luego darían por su ausencia.

– No lo sé, Catarina… Ocurrió algo en aquél momento… De un momento a otro yo…

Mientras él buscaba las palabras, ella lo miró bien a los ojos y de repente le llegaron recuerdos de un tiempo extraño que nunca hubo, un tiempo de tristeza, de locura y soledad… Un tiempo en el cual la vida daba vueltas en torno de sí misma sin salir del lugar, repitiéndose mil veces como las canciones tristes que las mujeres de su aldea cantaban cuando era niña, canciones sobre una mujer que espera por su amor, un amor bonito que se perdió en el tiempo…

– De repente me vi… no, me acordé de mí… – él seguía tratando de encontrar las palabras. – Yo estaba perdido… nosotros dos separados… No sé explicártelo.

– ¿Estamos juntos ahora? – ella preguntó. – Es solamente eso lo que necesito saber.

– Sí, mi amor… Estamos juntos.

Él la agarró y se besaron. Y aquél beso tuvo un sabor distinto, un sabor irresistible de primera vez. Después se dieron las manos y corrieron hasta desaparecer al fin de la calle. Una nueva vida los esperaba, en una tierra nueva. En un nuevo tiempo.

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El Irresistible Encanto de la Insania

CAPÍTULOS

prólogo – 1 -2 – 3
4 – 5 – 6
7 – 8 – 9
10 – 11 – 12

 

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