El Irresistible Encanto de la Insania 1

 

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EL IRRESISTIBLE ENCANTO DE LA INSANIA

Ricardo Kelmer – Miragem Editorial, 2015
novela – traducción: Felipe Obrer

Luca es un músico, obsesionado por el control de la vida, que se involucra con Isadora, una viajante taoísta que asegura que él es la reencarnación de su maestro y amante del siglo 16. Él comienza una aventura rara en la cual desaparecen los límites entre sanidad y locura, real e imaginário y, por fin, descubre que para merecer a la mujer que ama tendrá antes que saber quién en realidad es él mismo.

En esta insólita historia de amor, que ocurre simultáneamente en la España de 1500 y en el Brasil del siglo 21, los déjà-vu (sensación de ya haber vivido determinada situación) son portales del tiempo a través de los cuales tenemos contacto con otras vidas.

Blues, sexo y whiskys dobles. Sueños, experiencias místicas y órdenes secretos. Esta novela ejercita, en una historia divertida y emocionante, posibilidades intrigadoras del tiempo, de la vida y de lo que puede ser el “yo”.

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In portuguese – blog 

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PRÓLOGO

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Él la abrazó y así se dejó quedar, muy junto a ella, enteramente abarcado por la sensación de haber vivido aquello antes… Cerró los ojos e intentó recordar cuando había vivido aquella misma situación, pero todo lo que le vino fue la sensación de estar girando, girando… Era como si estuviera en un círculo, girando, siempre pasando por aquél mismo lugar… girando en un círculo, siempre pasando por el mismo punto, siempre…

Abrió los ojos asustado, volviendo a sí. Se sentía un poco mareado. Miró alrededor, asegurándose de que seguía allí, en el muelle de Barcelona, en aquella mañana nublada. Ella aún estaba abrazada a él, en medio a la prisa de los empleados del muelle. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Algunos segundos? ¿Siglos?

– ¿Qué ha pasado? – ella preguntó.

– No lo sé, un mareo…

– Hace días que estás raro.

– Necesito irme ahora.

– ¿Estás seguro de que no puedo ir, de hecho?

– Ya hemos hablamos sobre eso, Catarina.

– Y si…

– Ya te he dicho que volveré. En un mes arreglaré las cosas en Lisboa y volveré. Y entonces iremos juntos para Brasil. ¿No ha sido eso lo que acordamos?

– Estoy con miedo, Enrique… – Ella lo abrazó otra vez, más fuerte.

– Ya están subiendo las velas – él respondió, sintiendo el viento que soplaba. Deshizo el abrazo y salió caminando rumbo al navío, el paso rápido, sin mirar hacia atrás.

Minutos después el navío empezó a alejarse y, desde el borde, él la vio saludando, sola en el muelle, en medio de la niebla. Y de repente fue como si ella repitiera un gesto muy antiguo, realizado hacía mucho tiempo, un ademán triste que le cortaba el alma. ¿Cuándo se habían despedido así?

Necesito un trago, él pensó, sintiendo el alma pesada. Y se dirigió hacia la cabina.

Él no quería pensar en eso, pero sabía: era solamente el principio de un largo y difícil viaje.

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CAPÍTULO 1

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Luca se despertó asustado. Había soñado con un abismo, inmenso y oscuro, bien adelante de sí, un abismo terrificante… Se frotó los ojos y soltó un bostezo largo mientras estiraba las piernas abajo del asiento en frente. Miró por la ventanilla del ómnibus y vio el paisaje pasando, la vegetación cercana, las casitas simples al margen de la ruta, una sierra más adelante… Felizmente no había abismos por allí, pensó él, aliviado.

Un poco más y estaría en Pipa, la famosa playa en la costa sur de Río Grande del Norte. Hacía seis meses, desde cuando había acordado el descanso con la gráfica, que soñaba con aquél viaje. Ahora todo lo que haría por los cuatro días a continuación, hasta el domingo, sería descansar la cabeza y olvidarse de los problemas en Fortaleza. Solo. Sin reloj, sin móvil y sin Internet.

En realidad había llevado el teléfono, sí. Con acceso a Internet. Pero, como él mismo se había prometido, era solamente para verificar si alguna muchacha le había dejado un mensaje urgente, nada más. Y también para ver si un amigo había depositado en su cuenta el dinero que le debía. Ah, y también para acompañar la venta de entradas para el próximo show de la Bluz Neón, su banda, eso era muy importante. Pequeños cuidados, solamente eso, para que la vida no saliera del control.

Por el reflejo de la ventana pudo ver su cara, el cabello revuelto, la expresión somnolienta… Vio la cicatriz en la mejilla derecha, se acordó del accidente, el paseo en balsa, la cara golpeándose fuerte en el mástil, aún era adolescente. Todo porque quería impresionar a una chica. Amar era de hecho un peligro.

Al fin de la tarde, pocos kilómetros antes de Pipa, el ómnibus pasó por una ciudadela y, desde el tope de la ladera, a Luca le gustó lo que vio. A su izquierda, allá abajo, se desparramaba una gran laguna, que más adelante se transformaba en río y corría suave hacia el mar. Además de la laguna, por sobre la copa de los árboles, el sol bajaba despacito, salpicando el agua con reflejos que se mezclaban a las toninas que saltaban.

Encantado con el paisaje, Luca sintió su mirada cautivada por aquella belleza poética, casi musical…

– ¿Qué ciudad es ésta? – le preguntó a la señora del asiento contiguo.

– Tibau del Sur. Es una antigua villa de pescadores.

Luca recordó lo que sus amigos decían sobre Pipa, las  playas hermosas, las posadas, la movida de los bares, gente de todo el mundo. Y así y todo, aquel paisaje…

Se levantó de la poltrona, fue hasta la cabina del conductor y le pidió que parara. Había cambiado de idea. Se quedaría en Tibau del Sur.

Con la mochila a espaldas y la guitarra bajo el brazo, él caminó de vuelta por la ruta y, a la entrada de la ciudad, siguió rumbo al mar, hasta el borde de la ladera, donde había un pequeño bar de estilo rústico. Eligió una mesa bajo el quinchado, pidió una medida de aguardiente y se sentó, deleitándose con la brisa marina y el olor del mar. Había un barco anclado y una bandada de gaviotas jugueteaba en el cielo. La luz del fin de tarde bañaba al paisaje de una atmósfera medio onírica y de sopetón se sintió afuera del tiempo, todo a su alrededor flotando como un pedazo de tierra que se suelta del continente de la realidad…

Fue en ese momento, como un anhelo, que la canción quiso salir. No solo quería, ella necesitaba salir. Rápidamente, el agarró la guitarra y… la música no salió. Intentó varios acordes pero ninguno de ellos consiguió exprimir debidamente al alma de aquel instante. En otro momento tal vez, él pensó, un poco frustrado, dejando a un lado la guitarra. Y se volcó de un trago la bebida.  

*     *     *

Ya era de noche cuando Luca llegó al camping, un pequeño espacio arbolado cercano al río que la dueña del terreno, doña Zezé, una señora desquitada, alquilaba a campistas. Al lado estaban su casa, una pequeña posada y el restaurante, todo muy simple. Como no estaban en alta estación y tampoco era feriado, la posada estaba vacía y en el camping había solamente una carpa azul y ninguna más.

– Abajo de aquel mango es un lugar bueno para que te quedes, hace mucha sombra – le sugirió doña Zezé. – ¿Pero  antes no quieres comer algo? Te ves muy flaco.

– Yo vendré después, gracias.

En pocos minutos Luca armó la carpa y se cambió de ropa. Pocos pasos hacia el norte y estaría al borde de la ladera, el río a algunos metros allá abajo esperándolo para una zambullida. Mejor imposible. Pero la zambullida quedaría para el día siguiente, estaba muy cansado.

En el restaurante comió un sándwich con una gaseosa, charló un poco más con doña Zezé y conoció a sus dos hijos adolescentes, que vivían con ella y la ayudaban a administrar el negocio. Después volvió a la carpa y se acostó. Pero el  sueño no llegó rápidamente como él quería. La simplicidad y la belleza de aquel lugar, en vez de calmarlo, de repente le trajeron muchos pensamientos…

¿Por qué la vida no era más fácil de ser vivida?, él se indagó. En vez de eso, era necesario estar siempre atento para que la vida no escapara al control, siempre al acecho para que la mano traicionera del destino no se metiera en sus oportunidades de ser feliz. ¿Por qué?

Un continuado y angustioso esfuerzo de establecerse y ahorrar dinero – era a eso que se había resumido su vida. Cuando tenía dieciocho años y cursaba la facultad de Administración, se imaginaba que en seguida estaría en una situación tranquila, sen apremios económicos. Pero el futuro resultó distinto. Después de emplearse en una gráfica, abandonó la facultad y pasó a dedicarse más a la guitarra, un antiguo placer de la adolescencia. Tenía ahora veintiocho años y todo seguía difícil y trabado.

Dos años antes aún vivía con la madre, doña Gloria, y la hermana Celina, que era novia del baterista de su banda. El padre había fallecido cuando ellos eran bien chicos y la madre no se había casado otra vez. Ahora el empleo de gerente en la gráfica le aseguraba el alquiler de la kitchenette, en la cual vivía solo. Media docena de conciertos por mes lo ayudaban a mantener a duras penas el viejo volkswagen, a comprar comida, pagar las cuentas, tomar unos whiskys y listo, solamente eso. Los gastos eran medidos y contados y recontados en los más menudos detalles, un aprieto permanente. Doña Gloria ya se había dado por vencida en cuanto a aconsejar al hijo que intentara carrera pública y que se casara. Ser gerente de gráfica, decía él, era la máxima concesión que podía hacer. Y en cuanto al casamiento…

– No me cabe, mamá. El amor descontrola mucho a la vida de uno.

Se sentía muy cansado. La sensación era de que, a pesar de todos los esfuerzos de los últimos años, seguía andando en círculos, girando sobre el mismo punto, siempre girando, siempre…

Miró a la guitarra recostada al lado. Por lo menos había la música. Y la banda. Dos años antes había conocido a Junior Rível, que lo invitó a cantar en la banda que estaba armando. Inseguro, dudó en aceptar.

– No tienes en qué pensar, ciudadano – insistió Junior. – Mucho show, mucho whisky. ¡Y mucha mujer!

Argumento irresistible.

– Aceptado – respondió Luca, apretándole la mano al nuevo amigo. – Fiesta es lo que nos queda en esta vida.

– Opa. Eso puede resultar un blues.

Nacía así la amistad entre Luca y Junior Rível. Y nacía también la Bluz Neón. Fiesta es lo que nos queda – era el lema de la banda. Blues, rock e irreverencia en la noche de Fortaleza. Los caches eran parcos y muchas veces se presentaban gratis, pero el placer de tocar lo compensaba todo. Y para Luca, la Bluz Neón era el refugio perfecto, dónde podía esconderse de la claridad traicionera de los días. De noche él estaba salvado, todo bajo perfecto control. La noche sí, era segura, con sus bares, whiskys y amores bajo control.  Era como un sueño lindo. El único defecto era que al otro día él siempre tenía que despertarse.

Tus ojos se prenden en los neons
Es el frisson de bar en bar
Es necesario ser feliz, es urgente
Un romance caliente
Antes que el día nos recuerde
Que el sueño no resiste a la luz solar

*     *     *

Al día siguiente Luca se levantó tarde, sintiéndose todavía muy cansado. Había demorado bastante en adormecerse, envuelto en sus mil pensamientos. ¿Será que ni siquiera allí, en aquel paraíso, conseguiría relajarse de verdad?

Hacía una mañana de sol claro en Tibau del Sur. Luca se puso los lentes de sombra, salió de la carpa y fue hasta el restaurante de la posada a desayunar. Más tarde, después de un demorado baño en el río, él volvió al camping. Se sentía más bien dispuesto. ¿Cuál había sido la última vez en que se había sumergido en un río? Ni se acordaba. Pero necesitaba hacer aquello más veces.

Después de cambiarse de ropa, rumbeó hacia el restaurante para almorzar. Fue en ese momento que ella surgió.

– Hola…

Él se dio vuelta y vio a una muchacha. Era linda y parecía tener la misma edad que él. Usaba short jeans, camiseta y sandalias.

– Hola – él respondió, simpático.

– Soy tu vecina de carpa. Isadora.

– Un gusto. Luca.

– Luca… – ella repitió, probando el nombre en su boca. – Luca…

Ella se rió, manteniendo la mirada en él. Estás tan diferente…, pensó, notando su cuerpo flaco, el cabello despeinado, la cicatriz en la mejilla…

– ¿Estás solo?

– Ahora no estoy más.

– ¡Qué bueno! ¿Ya has almorzado?

– No. ¿Mi vecina me daría el gusto? – Él jugó a hacer un galanteo, como si se sacara un sombrero de la cabeza.

– Hummm… ¿Cómo rechazar?

En el restaurante, él sugirió un guisado de pescado y ella aceptó. Luca se dio cuenta de que ella tenía hermosos ojos color de miel. Notó también que ella lo miraba de manera rara y se sintió molesto. La cerveza llegó y él sugirió un brindis:

– A los encuentros.

– Encuentros, no – ella corrigió. – Reencuentros.

¿Reencuentros? Él no entendió, pero lo dejó así. Y tomó. Ella quiso saber de dónde él era y él respondió que vivía en Fortaleza.

– Fortaleza… Un día la conoceré. ¿Y vos, qué haces?

– Trabajo en una gráfica, pero mi tema es la música. Tengo una banda, la Bluz Neón.

– ¿Qué tocan ustedes?

– Blues, rock y lo que venga fútbol club.

– Debe estar bien bueno. Yo soy de San Pablo. ¿Conoces?

– No. Pero vos no tienes mucho acento.

– Es que he vivido en varios lugares cuando era chica. Tomé gusto por el viaje. ¿Me siento ciudadana del mundo, sabes?

– ¿No tienes miedo de viajar sola?

– Claro que no.

– Si necesitas, hay un cyber a la entrada de la ciudad.

– Ah, no, nada de computadora en este viaje. No traje ni siquiera el móvil.

– ¿En serio? ¿Por qué?

– Digamos que yo… necesito conectarme más conmigo misma.

– Entiendo – él respondió, sin estar seguro si realmente entendía. ¿Cómo alguien podía viajar sin llevar el teléfono móvil? – ¿Y que haces vos en San Pablo?

– Trabajaba en un banco. Pero pedí el despido para poder hacer este viaje. Hace un mes que viajo por la costa nordestina.

Bonita e interesante, Luca pensó, mientras tomaba un trago largo de cerveza. ¿Pero por qué lo miraba de aquella manera rara?

– ¿Te puedo preguntar algo, Isadora?

– Claro.

– ¿Por qué me miras así?

– Ahn… es que vos… vos me recuerdas a alguien.

– ¿Quién?

Ella giró el vaso entre los dedos, nerviosa.

– ¿Y vos, no tienes la impresión de que también me conoces?

– ¿Por qué? ¿Nosotros nos conocemos?

Ella se sonrió y otra vez no respondió. A Luca le pareció mejor no insistir, tal vez él la hiciera recordar a alguien que ella no quería recordar, sí, tal vez fuera eso.

– Nuestro guisado de pescado ha llegado – él avisó, indicando al chico que se acercaba con la bandeja.

Se sirvieron y comieron. Luca pidió otra cerveza, entusiasmado. Segundo día y un almuerzo con una hermosura de aquél nivel… Nada mal. Cervecita, carpas vecinas… Nada mal realmente.

– ¿Vos por casualidad ya has vivido en España, Luca?

– No. ¿Por qué?

– ¿Estás seguro?

– Claro. ¿Pero por qué? ¿Vos has vivido allá?

Y de nuevo ella no respondió. En vez de eso, se sonrió desconcertada y miró hacia afuera del restaurante. Él seguía intrigado. Ella lo confundía con el otro, debía ser eso. Pero que ella estaba era un encanto, eso sabía.

– ¿Y de aquí hacia adónde vas vos, Isadora?

– Por ahí. Sin planes.

– ¿Sin planes? Caramba, vos debes ser una persona bastante optimista.

– Pero claro. Al fin todo siempre resulta bien.

– Admiro esa tu confianza en la vida.

– ¿Y por qué yo tendría que desconfiar de ella?

– Por el simple hecho de que si no planificas y tomas precauciones, las cosas salen del control. ¿No te parece?

Ella se rió como si él hubiera contado un buen chiste y respondió:

– ¿Vos sabes cuándo empezamos a tener control sobre las cosas?

– No. Pero es el tipo de cosa que me gustaría muchísimo saber.

– Es cuando abdicamos de tener control sobre ellas.

Luca pensó un poco, tratando de comprender. Pero se dio por vencido.

– No entendí.

– Bueno… ¿Si no hay un intento de controlar, cómo las cosas van a salir del control?

– Ah… – Luca se rió, creyendo que era una broma. Pero en seguida se dio cuenta de que no era.

– ¿Hablas en serio?

– Claro que sí.

Lógica perfecta…, él pensó. Pero demasiado absurda para tomársela en serio. ¿Tus cosas, por ejemplo, de qué manera se arreglarían por sí mismas? El trabajo, la banda, el alquiler del departamento, el mantenimiento del coche… ¿Y los rollos amorosos? ¿Cómo todo eso se resolvería por sí mismo? No, definitivamente no era posible. La vida era un gran tropel y se necesitaba domarla todo el tiempo. Lo que Isadora proponía no era más que un simple romanticismo. Asimismo tenía que admitir que, viniendo de ella, aquellos absurdos en cierta medida tenían algún encanto…

Después del almuerzo tomaron un ómnibus y siguieron hacia Pipa, donde pasearon, conocieron las posadas y las pequeñas heladerías en la placilla. Isadora contó de las playas que conoció en aquellos días, cuanto se sentía en casa en todos los lugares y como se acercaba más de sí misma así, suelta por el mundo.

– ¿Y vos, Luca? ¿Te gusta viajar también?

– Me gusta. Pero no así como a vos.

– ¿Tienes miedo de perderte?

– Creo que me gusta más la seguridad de mi ciudad. Allá yo sé moverme bien.

– Entendí. ¿Y esa cicatriz ahí?

– Recuerdito de un paseo en balsa. Hicimos un blues para ella. ¿Quieres escucharlo?

Ella respondió que sí y él cantó:

Amar es un peligro
Solo yo sé lo que pasé
En ese abismo me dio vértigo
Y la angustia no se deshizo
No quiero el dolor de un bis más
Después solo queda la cicatriz
Solo no me pidas, baby
No me pidas que te ame

– ¿Has tenido un desencanto amoroso muy fuerte? – ella quiso saber.

– Tuve. Pero ya hace tiempo.

– Aún esos sufrimientos tienen su aspecto positivo.

– Evidente que lo tienen. Después de eso quedé vacunado.

– ¿Cómo así? ¿No quieres más amar otra vez?

– Prefiero no arriesgarme. Amar es un peligro.

– ¡Verdad! – Ella se rió. – El mejor peligro del mundo.

Luca se rió también. Pero no estaba de acuerdo, está claro.

*     *     *

Llegando al camping, de vuelta a Tibau del Sur, Luca le preguntó a Isadora si le gustaría tomar algo, él tenía un vino en la carpa, la noche estaba agradable…

– Necesito decirte algo, Luca.

– ¿Qué?

– Yo he soñado con vos.

– ¿Conmigo? ¿Cuándo?

– Hace seis meses.

– Pero nosotros ni siquiera nos conocíamos…

– Eras tú.

– ¿En serio? ¿Era yo mismo, así como me ves ahora?

– No, tu imagen no era muy nítida. Pero eras vos.

– No entiendo. ¿Cómo puede ser una cosa así?

– Misterios de la vida. ¿Y vos?

– ¿Yo, qué?

– ¿Nunca has soñado conmigo?

Me encantaría decirte que sí, hermosa… – él casi respondió.

– No.

Isadora se sonrió avergonzada, desengañada.

– En el sueño que yo tuve, vos me pedías que nos encontráramos en esta playa.

– ¿Estás realmente hablando en serio?

– Sí. Yo me acordé de todo cuando me desperté, solamente no sabía cual era la playa. Pero sabía que quedaba en esta zona. Y que había un río. Entonces, la semana pasada, cuando llegué a Tibau del Sur, sentí que sería acá que te encontraría.

¿Qué significaba aquello?, pensó Luca, rascándose la cicatriz en la mejilla, cada vez más intrigado. ¿Sería un piropo? Si fuera, entonces era bastante original.

– Me has dicho una cosa más en el sueño.

– ¿Qué?

– Que necesitaba ayudarte.

– ¿Ayudarme a qué?

– A saltar en el abismo.

– ¡¿Qué abismo?!

– No lo sé. Fuiste vos el que me lo dijo. Entonces acá estoy.

– Te juro que no sé de ningún abismo – él respondió. Y de repente se acordó… recordó vagamente un sueño… Había soñado con un abismo aquellos días. Sí, un abismo… oscuro… amenazador…

Coincidencia, él pensó, librándose del recuerdo incómodo. Solamente coincidencia.

– ¿Realmente no sabes? – ella preguntó de nuevo.

– Y aunque supiera, quiero distancia de abismos. No me gustan.

Él se quemaba las neuronas, buscando entender todo aquello… Ella debía estar jorobando, debía ser eso, una joda. O entonces era desquiciada. ¿Sería loca?

– Si vos realmente has venido de tan lejos debido a un sueño… ¿Entonces qué pasaría si yo no apareciera?

– Bueno… De hecho yo no quise pensar mucho en eso.

– Creo que deberías haber pensado.

– Y vos deberías haberte acordado de mí.

Él notó algún enojo en el tono de la frase. Isadora miraba hacia el cielo estrellado y retorcía las manos, impaciente.

– Disculpa, Luca, no quise ser grosera – ella dijo, dándose vuelta hacia él. – Es que yo… estoy confundida. Yo creía que vos… que vos también te acordarías.

– Fue solo un sueño, una coincidencia.

– No es puede haber sido solo eso – ella respondió, casi interrumpiéndolo. Y prosiguió susurrando, más para sí misma que para él: – No puede ser.

Luca se sentía medio perdido, sin saber qué deducir de todo aquello. ¿Cómo alguien podía soñar con una persona que no conoce y salir por ahí en búsqueda de ella, sin cualquier garantía de encontrarla? Eso era tan absurdo, tan inconcebible… Ella no podía estar hablando en serio. Pero tampoco parecía estar jugando. Había una sola explicación: era loca. Y con locos no se podía argumentar.

– ¿Escucha, por qué nosotros no nos olvidamos de ese tema y tomamos un vino? Te gusta…

– ¿Vos crees en vidas pasadas, Luca? – ella lo interrumpió.

– ¿Vidas pasadas? ¿Por qué?

– ¿Crees o no?

Él pensó rápido. No creía, evidente, imposible creer en esas bobadas. ¿Pero y si el éxito de la noche estuviera en manos de una buena respuesta?

– Depende.

– ¿De qué?

– Depende del día.

– Está bien. ¿Y cómo será tu día mañana?

– Mañana… Creo que es un buen día para creérselo todo.

– Bárbaro. Porque tengo una historia bien loca para contarte.

– ¿Por qué no me la cuentas hoy?

– Porque… – Ella pensó un poco. – Porque soy yo la que no está en un buen día para creer en todo.

Mientras él buscaba algo para decir, ella abrió la carpa y entró.

– Buenas noches, Luca.

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CAPÍTULO 2

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Desde el restaurant, mientras desayunaba, Luca observaba el camping al lado. La carpa azul estaba allá, en el mismo lugar, a algunos metros de la suya. Pero Isadora no estaba. Muchacha interesante…, pensó él. Interesante pero desafortunadamente loca. Aquellas ideas de llevarse la vida sin planes… ¿Entonces ella estaba allí porque había soñado con un tipo que no conocía y que debía encontrarlo en una playa en el Noreste? ¿Y el tipo era él? ¿Y aquella historia de saltar en el abismo? No. Era mucha locura.

Después del desayuno Luca tomó el sendero, rumbeando hacia el este, en dirección al mar. Cuando llegó a la ladera, el sol ya iba alto en el cielo, la pelota de fuego sobre el horizonte imponiéndose lentamente día adentro. Mientras admiraba el paisaje, él no pudo evitar compararse a él: la Naturaleza no hacía ninguna fuerza para ser lo que era, al paso que su vida era lo opuesto…

De repente los gritos de unos niños lo despertaron de sus devaneos. Ellos se divertían en el mar, surfeando en las olas con sus propios cuerpos. Luca quedó mirándolos, admirado de sus habilidades, los cuerpos vueltos tablas, desplazándose firmes en el agua. Se levantó y bajó la ladera, dispuesto a también divertirse con el mar. Cuando llegó, notó que las olas eran más grandes de lo que se imaginaba, pero aún así entró, eligiendo quedarse un poco alejado de los niños para no estorbarlos.

En la primer ola que se elevó adelante de él, le faltó valentía y él se zambulló para huir, casi siendo arrastrado por el reflujo. Se dio por vencido también en la segunda, con miedo. En la tercera, lo mismo. Empezó a considerarse ridículo.

Cuando la ola siguiente surgió, juró a sí mismo que no se daría por vencido y esperó su llegada. Ella vino y, cuando llegó, él se dejó levantar. La ola ganó más fuerza y de repente rompió. Al instante siguiente él se vio suelto en el aire y la inmensa masa de agua cayendo por encima de él. Luca perdió totalmente el control sobre el propio cuerpo y, sumergido, pasó a girar y girar, como un muñeco descoyuntado. En dado momento se golpeó la cabeza en la arena y quedó tan aturdido que ni siquiera sabía para que lado estaba el cielo.

De repente, cuando ya estaba agotado y respirando agua, todo se quedó silencioso y sin dolor. Parecía que no estaba más en el agua. Parecía estar fuera del tiempo. Entonces ella surgió exactamente adelante de él… una mujer de vestido blanco… Era linda, y lo miraba silenciosa y comprensiva. Supo instantáneamente que la conocía desde hacía mucho tiempo antes, tanto tiempo que sería inútil tratar de recordar. Ella le extendió la mano y él comprendió que si la aceptara, todo el sufrimiento se disiparía como una pesadilla de la cual uno se despierta. Todo lo que necesitaba era afirmar su mano, solamente eso…

Entonces sintió que lo agarraban por los cabellos. Se dio cuenta de que lo tironeaban hacia la superficie. Por un segundo pensó en protestar, en pedir para quedarse allí abajo, pero no tuvo fuerzas. Los niños lo llevaron hasta la arena, donde vomitó y de a poco mejoró. Ellos explicaron que él no debería zambullirse solo, que aquellas olas eran muy peligrosas. Luca les agradeció y se quedó allí, sentado en la arena, mientras los niños volvieron al mar y siguieron desafiando con naturalidad a las olas enormes. ¿Cómo conseguían controlarlas?

Cuando llegó al camping fue que realmente se dio cuenta de que casi había muerto, que mierda. Estaba vivo por un pelo. Entró en la carpa y se sentó, asustado, aún envuelto por las sensaciones. Se acordó de la alucinación, la mujer de blanco – ¿por qué ella le caía tan familiar? Y recordó también que, por un rápido instante, tuvo en sus manos la decisión de lo que pasaría, que podría intentar el último esfuerzo para salvarse o podría aceptar a la muerte.

No tuvo tiempo de decidirse. Pero… ¿y si realmente hubiera tenido la oportunidad de optar? ¿Seguiría luchando, debatiéndose y sufriendo hasta el último instante o se dejaría llevar, tranquilamente, para lejos del sufrimiento, junto con la mujer de blanco?

Se levantó, tratando de alejar la incomodidad que sentía. No le gustaban aquellas cosas, la muerte, el más allá… Mejor no contarle a nadie y olvidarse del tema. Entonces armó la reposera y agarró la guitarra. Un poco de música para ahuyentar al más allá.

*     *     *

Una luna menguante subía en el cielo de Tibau del Sur junto con las primeras estrellas. En frente a la carpa azul, una pequeña hoguera crepitaba, manteniendo alejado al frío de la noche. Sobre un mantel, Isadora arreglaba un plato con queso.

– Hace siglos que no hago un picnic – dijo Luca, llegando con el vino.

– Aprovecha que estás parado y guarda este libro, por favor.

– I Ching, el libro de las mutaciones… – él dijo, tomando el libro de sus manos y poniéndolo adentro de la carpa. – Ya he oído hablar.

– Es el oráculo del Taoísmo – ella respondió. – Funciona como un instrumento para que uno pueda investigar con la psicología, para captar los movimientos internos y armonizarlos con los del mundo.

– Muy místico para mi gusto.

– Uno se concentra en una indagación, mueve las varillas o las monedas, apunta los resultados y al fin lee el mensaje. Pero el objetivo de todo taoísta es un día no necesitar más un oráculo para conseguir captar los movimientos.

– Y para el que no cree, como yo, ¿funciona?

– Siempre funciona. Pero quizás vos no captes la esencia del mensaje.

Luca abrió el vino y lo sirvió.

– ¿A qué brindaremos? – él preguntó.

– A los movimientos que nos trajeron hasta esta hoguera.

– Bien.

Tocaron los vasos y tomaron. Él notó como ella estaba linda bajo la luz oscilante de la hoguera.

– ¿Y la historia que has dicho que me contarías?

Ella lo miró seria. En sus ojos Luca pudo ver el reflejo inquieto del fuego, la danza colorida de las llamaradas… En ese momento tuvo una sensación rara, un principio de vértigo. Se sintió tironeado hacia adentro de otro estado de ser, más liviano, más lejano…

– Hace dos años empecé a tener un sueño recurrente – ella empezó. – Era siempre el mismo lugar, en España, un pueblito chico… Parecía fin de la Edad Media, siglo dieciséis, por ahí. En el sueño había un niño jugando, pero yo nunca veía sus ojos. Ese sueño se repitió a lo largo de meses. Hice hipnosis con una terapeuta y las imágenes vinieron más fuertes. Ahí pude ver los ojos de la niña. Y me vi en ellos. Y me di cuenta de que aquella niña era yo.

– Mira que interesante – comentó Luca, tratando de no trasparecer su incredulidad con relación a aquellos temas.

– Vi varios hechos de la vida de esa niña pasando frente a mí, como en una película. No solo vi, yo viví. O mejor, reviví, sintiendo las sensaciones de la niña. No me acordé de todo, pero recordé muchas cosas de esa vida.

– ¿Cómo era la niña?

– Ella se llamaba Catarina. Era una adolescente pobre cuando se casó con un alemán y fue a vivir con él en Alemania. Él era un hombre rico y ella aprendió a ser una dama. Ella tenía todo para tener una vida tranquila y  cómoda, pero un día conoció a un misionero portugués y se enamoró perdidamente… Enrique era su nombre. Era jesuita y conocía a personas importantes, viajaba por muchos países, sabía otros idiomas. Y era medio brujo.

– ¿Cómo así?

– Pertenecía a un orden secreto, esas cosas. Usaba los sueños para saber lo que pasaba en la Corte, las tramas políticas de la Iglesia, entraba en el sueño de los demás… Él visitaba a Catarina en los sueños y juntos vivían experiencias en otros planes de la realidad, una cosa bien loca. Un día ella se escapó con Enrique. Pero algo resultó mal en la fuga y él desapareció.

– ¿Se murió?

– No sé. Porque en realidad Catarina nunca supo. Pero es una curiosidad que yo tengo. Es probable que haya sido preso o algo por el estilo. Catarina buscó por él durante años, de ciudad en ciudad, pero no lo encontró. Ni en los sueños él apareció más.

– Debe haber conseguido a otra.

– No. Él la amaba muchísimo.

– Esa cosa de amar demasiado nunca termina bien. ¿Pero y después?

– Ella… Bueno, ella enloqueció.

– ¿Se enloqueció? ¿De verdad?

Isadora demoró en responder. Luca notó que ella estaba emocionada.

– Sí, se volvió loca, de verdad. La falta de Enrique la consumió hasta el fin de la vida. Y ella falleció así, buscándolo.

Durante algún tiempo nadie dijo nada, y el silencio que se formó era como una sombra entre ellos. Luca tuvo ganas de preguntarle qué interés ella tenía en contarle aquella historia, pero sentía que no debía hacerlo, que era mejor quedarse quieto. En vez de eso, preguntó:

– ¿Vos realmente has recordado todo eso?

– Es más que recordar, Luca. Yo lo he vivido de nuevo.

– ¿Y vos crees has sido de hecho esa Catarina?

– Yo no creo. Yo he sido.

 Isadora miró hacia la hoguera. Cogió algunas piedritas y las arrojó a las llamas.

– ¿Y vos, Luca? ¿Esa historia no te dice nada?

– No creo en reencarnación.

– ¿Y el brujo portugués?

– ¿Qué pasa con él?

Ella siguió tirando piedritas a la hoguera. Luca abrió la boca para repetir la pregunta cuando se le ocurrió otra idea.

– Esperá. ¿Vos no estás creyendo que yo soy ese Enrique, no?

Ella no respondió.

– ¿En aquel sueño tuyo, yo he dicho eso, que fui Enrique?

– No. Pero yo lo reconocí a Enrique en vos. – Ella dio vuelta la cara, mirándolo tranquilamente a los ojos.

Luca se rió, avergonzado.

– Fue después de ese sueño que decidí abandonarlo todo. Y me vine en búsqueda de vos.

Él simplemente no sabía qué decir.

– Solo sé que hay algo que está equivocado… – ella dijo, esforzándose por sonreír. – Tendrías que acordarte también.

Él respiró hondo, tratando de organizar las ideas. ¿Entonces aquella mujer había abandonado todo para encontrar a alguien de otro tiempo, de otra vida, que ella ahora buscaba en ésta vida, viajando por las playas del Noreste? ¿Y ella creía que él era ese tal alguien? Finalmente estaba explicada la conducta rara della, las insinuaciones… Pero aquello era una locura, una completa locura. Y era como una niebla que lo abarcaba…

– Isadora, tengo una sugerencia – él dijo de repente. Necesitaba alejarse de aquel tema – ¿Vamos a escuchar música? Yo traje la guitarra.

Ella hizo un ademán asintiendo con la cabeza. Él se levantó, avisó que antes iría hasta el baño y salió, rumbeando hacia el restaurante. Cuando volvió, Isadora no estaba más allá. Él miró hacia la carpa azul cerrada y suspiró, desanimado.

*     *     *

Luca abrió un ojo, después el otro y finalmente los dos juntos. Todavía estaba oscuro y hacía un poco de frío. Se acomodó bajo la sábana, recordando la noche anterior, las locuras de Isadora, su tal vida en España, Catarina, el brujo portugués… La insania tenía ojos color de miel.

De sopetón, escuchó su nombre. La voz de Isadora. Se levantó y, envuelto en la sábana, abrió la carpa. Ahora ya era de día y llovía finito.

– Servicio de despertador para el señor Luca de Luz Neón. Mediodía.

Isadora se sonreía adelante de él. Estaba aún más bella…

– ¿Mediodía? Caramba, dormí demasiado.

– Ven.

– ¿Para adónde?

– A pasear.

– ¿Con esa lluvia ahí?

– Claro. ¿Hace cuánto tiempo que vos no juegas en la lluvia?

Él se frotó los ojos, pensando en la capacidad que ella tenía de decir ciertas cosas como si fueran las más simples y lógicas del mundo.

Minutos después seguían caminando lado a lado por la pequeña ruta de arena. La lluvia caía liviana, formando charcos y desparramando por el aire una frescura relajante. En poco tiempo estaban empapados.

– Si yo llego engripado a la gráfica va a ser una cagada.

– Olvídate solo por un momento de que te puedes enfermar.

– Y yo no he comido nada aún. Me parece mejor…

Pero ella ya salía corriendo adelante de él. Luca apuró el paso, descoyuntado, el agua resbalando por la cara. Isadora ya había desaparecido en la curva. Él empezó a correr y una chancleta se le atascó en el charco de barro.

– ¡Isadora, espérame!

Entonces, de repente, él se acordó de un día… hacía mucho tiempo… una noche… Y paró de correr, tomado por la inquietante sensación de ya haber vivido aquel momento antes, en algún tiempo lejano, ¿cuándo? Un déjà vu. Isadora desapareciendo en la lluvia, desapareciendo… las gotas en los ojos, un trueno haciendo eco… él allí estancado, jadeando, ella desapareciendo, él gritando su nombre… ¿Dónde había vivido aquella misma escena, y cuándo, en qué imposible tiempo?

Siguió allí, parado bajo la lluvia, absorbido por la misteriosa sensación. Pero fue por poco tiempo, pues en seguida lo dominó un angustioso presentimiento de que si no corriera, aquella mujer desaparecería de su vida una vez más.

¿Una vez más?

*     *     *

Aún caía un resto de lluvia cuando la noche bajó en Tibau del Sur. En el restaurante de la posada, Luca e Isadora tomaban un caldo de pescado, él saboreando cada pedazo de aquel delicioso momento: el gusto del caldo, la lluvia, la musiquita en la radio… Luca sentía la cabeza flotando liviana y los pensamientos vagando sin criterios. Por primera vez en aquel viaje se sentía verdaderamente relajado. Los problemas que lo esperaban en Fortaleza ahora pertenecían a una realidad lejana, y la realidad en la cual estaba en aquel momento era hecha de cosas tan simples…

Él miró a Isadora a su frente, entretenida en su plato, y se admiró de como ella combinaba con el momento, la lluvia que caía allá afuera, la simplicidad del lugar… Isadora parecía vivir en otro nivel de penetración de las cosas, que él no alcanzaba. Ella percibía la esencia de las cosas con naturalidad, mientras él necesitaba muchísimo esfuerzo para… ser simple.

¿Qué hora era? Quizás algo entre seis y siete, él calculó mentalmente. U ocho y nueve. Podría preguntar, pero no, no quería saber del tiempo, el tiempo ya no importaba, estar con Isadora era como estar fuera de él.

Ella lo había arrancado de su sueño y lo había llevado a conocer las delicias de una tarde lluviosa, un viejo placer olvidado de infancia. Corrieron por la ruta, tomaron aguardiente y miraron la lluvia bajo techos de paja. Se rieron de chistes viejos y comieron choclo asado. Y ahora estaban allí, tomando caldo de pescado. Un día perfecto. Como todos los días deberían ser.

– Disculpa por ayer, Luca. No quería que te quedaras molesto con aquella historia que te conté.

– ¿Vos realmente has soñado conmigo? – él preguntó, dividido entre la curiosidad y el temor de retomar aquellos temas.

– ¿Podemos hablar de otra cosa?

– Claro que sí.

Él se sintió aliviado. De hecho era mejor no hablar de aquello. Había algo allí que lo molestaba bastante, algo que él no sabía precisar.

– Entonces hablame sobre el Taoísmo, he quedado curioso. ¿Es una religión antigua, no?

– Tiene unos cinco mil años. Está el lado religioso, pero prefiero el filosófico.

– ¿Y cómo es?

– No te lo contaré.

– ¿Por qué?

– Te reirás.

– Te prometo que no me reiré.

– Ah, pensándolo bien, es para reírse mismo.

– No me reiré, te lo juro.

– Filosóficamente hablando, el Taoísmo es un modo intuitivo de entender a la realidad. Un modo que el sujeto occidental, con toda su lógica científica, no consigue entender. Genera un nudo en el pensamiento.

– ¿Cómo sería un modo intuitivo de entender a la realidad?

– Captar los movimientos naturales de la vida para actuar en armonía con ellos. Es eso lo que el Taoísmo enseña.

– ¿Entonces un taoísta es alguien vinculado a la Naturaleza?

– Es alguien conectado con el Tao, o sea, con él mismo y con la Naturaleza, con las verdades simples y naturales. El Tao es la unicidad de todo lo que existe, de lo que vincula a todas las cosas y también enlaza el yo al todo. Si vos te armonizas con el Tao, queda más simple vivir. Aún viviendo en el ritmo loco de la ciudad grande, es posible mantenerse vinculado con la mente de la Naturaleza.

– ¿Mente de la Naturaleza? ¿Vos has fumado algo?

– No – ella respondió, riéndose. – Déjame ver si consigo explicarte. La Naturaleza es la vida, y la vida tiene sus movimientos, sus estaciones. Es esa conexión con lo natural que guía al taoísta por entre todo el caos. ¿Sabes cuando uno se aferra demasiado a una cosa? Eso es antinatural. Porque aquella cosa se transforma todo el tiempo y uno sigue aferrado a algo que no existe más. Lo que no cambia, se pudre. Ese dinamismo también es el Tao.

– ¿El Tao sería un dios?

– El Tao no es una entidad personalizada como los dioses de las religiones. Es algo impersonal, que no tiene voluntad ni tiene moral. El Tao ya es la propia acción de la vida, el flujo natural de la realidad.

– No sé si he entendido.

– Es porque no se puede explicar el Tao. Solo se puede intuirlo.

– Es más, sinceramente, no tengo idea de lo que hay para entender en eso.

– Quien pregunta sobre el Tao no se lo imagina. Y quien responde no lo conoce.

– Estar en armonía con las cosas… Eso me huele a una cierta pasividad, ¿no?

– Al revés. Captar el flujo del Tao es un trabajo interno difícil, una alquimia interior. Pero después que uno consigue, se ajusta a las fuerzas naturales de la vida y se torna uno con todo lo que existe.

– ¿Y si yo quiero ir contra el Tao?

– Vivirás cansado.

Vivir cansado… Luca escuchó el eco de aquellas incómodas palabras.

– Quien es uno con el Tao no necesita hacer nada. Y, aún así… nada deja por hacer.

– Pero eso es contradictorio.

– ¿Yo no te he dicho? Da un nudo en el pensamiento.

– ¿Tao tiene traducción?

– El ideograma chino que corresponde al Tao está hecho de pie más cabeza. El camino, el sentido.

– Para mí está más parecido con “sin pies ni cabeza”… – él dijo y se rió. – Ops, perdón.

– No pasa nada, puedes reírte – ella dijo, riéndose también. – Si no hubieran carcajadas, no sería el Tao.

Él terminó de tomar el caldo y se quedó mirándola, deleitándose con lo que veía: los ojos color de miel, el cabello mojado, la boca bien redonda, los senos insinuándose por abajo de la remera… y loca, deliciosamente loca.

De repente ella levantó la cara y su mirada interceptó la suya. Él se sintió pillado en flagrante en su deseo sexual.

– ¿En qué piensas, Luca de Luz Neón?

– Ahn… nada.

– Yo sé. ¿Quieres que yo te lo cuente?

Él asintió con la cabeza. Ella tomó la última cucharada del caldo, se limpió la boca y dijo, naturalmente:

– En mis pechos.

Él no pudo creer en lo que escuchó.

– Y, si quieres saberlo, a mí me está en-can-tan-do…

De primera, le vino una cara de idiota. Después fueron las manos, apretándose sobre la mesa. Después las bocas, el beso ávido, el impostergable encuentro de las lenguas. Después la cuenta que se pagó con urgencia, gracias, puede quedarse con el cambio, el último trago apurado de cerveza, el camino de vuelta hacia la carpa, corriendo, bajo la lluvia…

Llegaron jadeantes y embarrados. Entraron en la carpa del y se arrodillaron uno frente al otro. Ella suspendió la remera, mostrándole los senos, y susurró:

– Ven.

Él se lanzó sobre los pechos de aquella mujer con todas las manos y bocas y lenguas que poseía, como si fueran mangos maduros y suculentos y él un miserable hambriento.  Ella agarró su cabeza y lo tironeó hacia sí, mientras se arrancaban lo que tuvieran de ropa y rodaban, casi tirando abajo la carpa. Después ella se puso por arriba, apresó sus brazos y lo cabalgó, subiendo y bajando, subiendo y bajando…

Luca cerró los ojos, en éxtasis. Se sentía envuelto por las sensaciones de una forma como nunca antes había sentido. La mirada medio hipnótica de Isadora, la suavidad de la piel, el olor rico, el sonido musical de sus gemidos, el sabor irresistible de su beso… Todo en ella era muy bueno, ¿cómo podía ser tan bueno? Y todo lo abarcaba de tal manera que por primera vez él hacía el sexo sin pensar exactamente en lo que hacía. En vez de racionalizar, simplemente cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones… la sensación de compartir su cuerpo… la sensación de que algo lo tragaba… en succiones continuadas… ritmadas… lo tragaba…

De repente, la explosión. En un segundo sus pedazos fueron lanzados hacia todos lados en una velocidad impensable, millones de fragmentos expelidos hacia el Cosmos sin fin. Entonces, débil de tanto esfuerzo, sintió que dejaba de existir, lentamente, disminuyendo, apagándose, muriéndose… Para siempre.

*     *     *

Primero un ojo. Después el otro. Luca se movió bajo la sábana, acordándose de Isadora, el paseo en la lluvia, el sexo en la carpa… La relación más loca y más maravillosa de toda su vida.

Entonces miró hacia el costado y no vio a Isadora. Tuvo una corazonada rara. Se levantó rápidamente y salió. Y allá afuera, bajo la luz clara del día, no vio la carpa azul, ni una señal de ella. Se quedó quieto, sin saber qué concluir.  Otra vez sintió el vértigo, una sensación rara de estar resbalándose hacia adentro de un sueño… Por un instante se vio tomado por un miedo terrible de que Isadora jamás hubiera existido.

Se puso los lentes de sombra, corrió hasta el restaurante y allá preguntó por la muchacha de la carpa azul. Ella ya se había ido, respondió uno de los hijos de doña Zezé. Él se sentó, triste por no estar con Isadora, pero aliviado por constatar que ella realmente existía, que todo había ocurrido de verdad. Pidió un café fuerte y se fue a sentar a la entrada del restaurante. Mientras tomaba el café, miró hacia el camping, hacia la carpa azul que no estaba más allá, y de repente la ausencia de Isadora era un inmenso y eterno vacío en su alma. Que rara sensación… ¿Cómo era posible que algo que tres días antes ni siquiera existía pudiera ahora llenar su ser de un vacío sin fin?

Cuando llegó de vuelta a la carpa fue que notó el papel doblado sobre la sábana:

Te he encontrado. Ahora no hay más vuelta. Salta en el abismo.

Una hora después, luego de haber desarmado la carpa y pagar su cuenta, él caminaba por la rutita de arena hacia la calle donde tomaría el ómnibus que lo llevaría hasta Natal, donde tomaría otro ómnibus hacia Fortaleza. En ese instante, una pequeña víbora marrón surgió adelante de él, cruzando lentamente el caminito. Él estancó y retrocedió un paso. No le gustaban las víboras, ellas le recordaban a la muerte, la muerte que casi lo había llevado en el mar de Tibau del Sur. La víbora también paró y por algunos segundos se quedó allí, mirándolo. Y después siguió su camino, desapareciendo adentro del monte. Luca se aseguró de que no había peligro y siguió, imaginándose la pesadilla que sería despertarse de noche con una víbora adentro de la carpa.

– Pero sería mucho peor despertarse adentro de la víbora… – chistó.

En el ómnibus, él leyó el billete por décima vez. Saltar en el abismo. ¿Qué abismo?

.

.

CAPÍTULO 3

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La agenda de la semana estaba estimulante. El jueves la Bluz Neón haría un show en el Papalegua, un bar famoso en el barrio de la bohemia Playa de Iracema. El viernes sería el cumpleaños de Balu, el tecladista de la banda. Y el sábado la Bluz Neón tocaría en un festival de rock en la playa del Cumbuco, a media hora de la ciudad. Para Luca serían buenas oportunidades de refugiarse bajo la manta generosa de la noche y olvidar que el día lo esperaba al otro lado.

– Tengo el honor de presentar… – Carlito, el dueño del Papalegua, anunció. – Junior en la guitarra eléctrica, Ranieri en el contrabajo, Balu en los teclados, Ninon en la batería, Luca en la voz y en la guitarra.

– ¡Y en el whisky! – gritó alguien desde la platea.

– Con ustedes, nuestra atracción de todos los jueves… ¡Bluz Neón!

Todos en el tablado, Luca cumplió el viejo ritual: volcó una medida de whisky y después saludó al público.

– Buenas noches. Fiesta es lo que nos queda.

Hicieron, como siempre, un show bastante alegre, tocando las músicas propias y algunos clásicos del rock y del blues. Luca rindió homenaje a la Playa de Iracema, habló de sus chicas lindas, de los personajes folclóricos del barrio y de la magia que se desparramaba por las calles como olor de mar. Bajó del tablado y cantó sentado en una mesa de muchachas, tomando en sus vasos. Al fin anunció que estaba a la venta el CD demo, grabado durante un show en Canoa Quebrada. Finalizaron, como siempre lo hacían, con el Ombligo Blues, cuando llamaban al tablado a las muchachas que estuvieran con el ombligo a la muestra y todos bailaban en una divertida mezcla de blues con baião. Fiesta es lo que nos queda.

Después de la presentación, volviendo al camerino, Luca paró frente a la barra y pidió un whisky doble. Tomó un trago y canturreó el rock que estaba componiendo.

En la barra hay un lugar
Para el que no sabe donde ir

En ese momento se acordó de Isadora… Isadora y sus besos, sus pechos, su locura. Aquellas charlas sobre Tao, sueños, abismos, vidas pasadas… Tres días con ella y ahora tres semanas sin idea sobre adonde podría estar. ¿Será que aún la vería otra vez?

– Hola, Luca.

Él se asustó y se dio vuelta, buscando a la dueña de la voz. Y dio de frente con una chica. Tenía el cabello rojo y estaba sentada al lado de la barra. Ella sonreía y decía que era aficionada por la banda, tenía el CD grabado en Canoa Quebrada, ¿será que lo podría autografiar?

Claro que sí, respondió Luca, despidiéndose del recuerdo de Isadora y pidiendo una lapiceraal barman. La muchacha era simpática, él notó, y tenía una facha deliciosa de traviesa. Pero, caramba, debía tener unos dieciséis años, ¿cómo dejaban que aquellas nínfulas entraran allí?

Fiesta es lo que nos queda
Y yo estoy con prisa, baby

Él tomó un trago largo, sintiendo el líquido bajar por la garganta, ah, el bendito ardor, la frontera prohibida de la noche… Aquella era la entrada en el nivel siguiente de la realidad, donde todo podía pasar.

– ¿Te gusta el whisky? – él preguntó.

– Me encaaanta.

Luca tomó un trago más del whisky, tironeó rápidamente a la chica por las caderas y la besó en la boca, pasando despacio la bebida de su boca a la de la muchacha.

– Putaqueloparió… – ella murmuró después, todavía sorprendida. – ¡Fue el beso más embriagador de mi vida!

Una hora después, mientras Angela Ro-Ro cantaba Mares de España en el living del departamento de Luca, la chica prendió un porro mientras él por segunda vez bajaba el volumen del aparato de música.

– ¡Ah, che, tranqui! ¡Fiesta es lo que nos queda! – ella protestó, pasándole el cigarrillo.

– Me parece lo mismo. Pero hay un vecino que no está de acuerdo conmigo.

– Entonces cántame un blues, dale…

– Mira, linda, ya canto demasiado blues en la banda.

– ¡Entonces pondré el CD para que lo escuchemos!

Él pensó en encender un incienso pero no encontró la cajilla. ¿Cómo había conseguido perderla si estaba con ella hacía un minuto? Abrió otra cerveza y se divirtió oyendo a la chica cantar las músicas de la Bluz Neón, sabía todas de memoria, hasta los comentarios de las pausas, increible. ¿La banda no necesita una cantante pelirroja?, ella preguntó. Pelirroja, rubia, morocha…, él respondió, riéndose. ¿Adónde miércoles estaba el incienso? Ella puso a tocar otra vez la primera música y él se fue a sentar en el sillón. Pero erró el cálculo y se cayó en el piso, derramando la cerveza.

– Caramba… creo que la limpiadora ha cambiado el sillón de lugar.

Él se rió del propio chiste y salió bambaleando para agarrar un trapo de piso. A la vuelta se resbaló en la cerveza derramada y casi cayó de nuevo.

– ¿Caramba, qué es eso, un complot?

Después de secar el piso, se sentó en el sillón y le hizo una seña a la chica para que se sentara a su lado. Quiero estar cerca de tu famoso obligo blues, ella dijo. Él se rio y suspendió la camisa, mostrándole el ombligo. Ella se sonrió, pasó la lengua de forma provocadora entre los labios y se fue a arrodillar entre sus piernas.

– Eh, psiu… ¿Cuántos años vos…

– Yo ya te he dicho, Luca.

Ella le besó el ombligo y le hizo cosquillas con el piercing de la lengua. Después abrió el cierre de los pantalones.

– ¿En serio me lo has dicho? Entonces me he olvidado.

– Dieciocho.

– Ah… claro… – Él estiró el brazo en búsqueda de la lata de cerveza pero no la encontró. Definitivamente los objetos estaban de joda con él. – ¿Qué tal dieciséis?

– Está bien, Tribunal de Menores. Diecisiete y medio.

La lata estaba en el piso. ¿Cómo había ido a parar allá? Aquél piercing en su lengua, era raro… Pero era bueno.

– Me parece que no te creo.

Arrodillada entre sus piernas, ella interrumpió los cariños y levantó la cara, medio sonriéndose, medio impaciente. Se puso el cabello detrás de las orejas y lo encaró:

– Última oferta, Luca. Diecisiete. ¿Vas a querer o no?

– Cerrado.

Él tomó otro trago, tendido en el sillón. Y se sintió relajar… El living era una penumbra agradable y la chica estaba otra vez absorta en sus cariños, entre sus piernas, el cabello como una cortina roja adelante de la cara. La verdad, pensándolo bien, no seria mala idea tener unas cantantes en la banda. Pondrían anuncios en el periódico, banda muy cercana al estrellato busca cantantes de la nata, tratar con Luca por la noche… Alejó la cortina roja a un lado y surgió su ojito azulado, sonriéndole. No recordaba que ella tenía ojos azules…  No, mujer en la banda no resultaría bien. Mejor dejar a las muchachas como estaban, en la platea. Y por detrás de las cortinas. Por detrás de las cortinas… de las cortinas…

¡Tchum! De repente se dio cuenta. ¿Adónde estaba? ¿Qué hora era? Estaba muy borracho, que mierda. Por la ventana entraba un poco de la claridad de la calle. Adelante, unas lucecitas verdes… piscando… diciendo que allí había un… aparato de música…

¡En casa! Evidente, estaba en casa. En el living de su departamento, en el sillón, claro. Luca suspiró, ufa, que alivio. Solo un principio de quedar en blanco, todo bien, ya pasó. Mucho trago, estómago vacío. Y aquellas dos allí, arrodilladas en el piso, entre sus piernas…

¡¿Dos?! Él se refregó los ojos, intrigado. Trató de recordar… Una era la pelirrojita del bar, aficionada de la banda. ¿Pero, y la otra? No tenía la menor idea. ¿La vecina de abajo, tal vez? Trató de fijar la mirada pero no la reconoció. Quizás amiga de la pelirrojita. ¿Quién le había abierto la puerta para que entrara?

Finalmente entendió: estaba tan loco que veía todo en duplicado. Y reventó en carcajadas. Sexo con dos mujeres era un deleite, pero no exactamente de aquella forma…

La chica suspendió los cariños y preguntó si él estaba realmente con ganas.

– Espera un poquito, chiquita… – Él se acomodó en el sillón, riéndose de la propia alucinación. – Tu nombre... ¿cómo es?

– Ah, no, Luca. No te lo digo más.

– Bien… yo no quería asustarte pero… hay otra mina ahí a tu lado.

Y volvió a reírse. Aquello era la cosa más graciosa del mundo.

– Es mi hermana melliza. – Ella se sonrió descontenta. – ¿Tú también podés verla?

– ¿Cómo?

– Ella se murió cuando yo era chica. De vez en cuando aparece.

Luca paró de reírse. ¿Hermana melliza? ¿Muerta? ¿Aquello era en serio, de hecho? Miró una vez más hacia las dos mujeres arrodilladas entre sus piernas y se sintió molesto.

– Basta no darle corte que ella se va.

Ah, no. Tener relaciones con espíritus ya era demasiado rock´n´roll.

– Perdón… – él dijo, alejándole la cabeza de su falda. Luego se levantó y se subió los pantalones. – Hoy la cosa está complicada.

Fue a la cocina y abrió la heladera. Todavía había una cerveza, por lo menos eso. Hay días que no están buenos. Debía de hecho haber quedado en el bar con los pibes.

Cuando volvió al living, ellas miraban la ciudad, los cuerpos desnudos recostados a la ventana, displicentes, ambas en la misma posición. Por un instante los admiró, tan bellos e incitadores. Todavía pensó en reconsiderar la decisión… pero no. Pedofilia astral no era joda.

– ¿Puedo dormir acá, Luca?

– Ahn… Mejor las dejo en la casa de ustedes. Vamos.

Media hora después él paró el coche en frente al edificio de las hermanas.

– No es por mal que mi hermana hace eso, Luca.

– Todo bien.

– No sabía que vos eras sensitivo.

– ¿Yo?

– ¿Nos vemos de nuevo?

– Si tu hermana lo permite…

Él esperó que ellas entraran en el edificio y prendió el volkswagen. Y salió, viendo las primeras luces del viernes por encima de la ciudad. Y lamentó. Como siempre, la claridad entrometida del día disipando la magia de la noche.

A las ocho tenía que estar en la gráfica. Daba para dormir una horita. Hermana melliza del más allá… Mejor ni contar, de cualquier forma nadie se lo creería.

*     *     *

‒ ¡Levantate, Grand Tigre! ¡Son las tres!

Una voz femenina… viniendo de lejos…

Luca abrió los ojos despacio, reconociendo el cuarto. De a poco, se sintió conectar con aquella súbita realidad. Sábado… ¿O sería viernes? No, sábado mismo, tres de la tarde… show de noche en la playa del Cumbuco…

– ¡Luz quemada, lavatorio atascado! ¿Y ese espejo roto? ¡Uno se vuelve un monstruo mirándose en él! ¿Por qué no tomas el caché de hoy y arreglas ese cuarto de baño, qué tal?

– Habla más bajo, Sonita, por favor…

Él se tapó la cabeza con la almohada, protegiéndose de aquella tormenta sonora. Que mierda, debía ser prohibido despertar a un ser humano así, principalmente si el ser humano se hubiera ido a dormir al mediodía…

– ¿Has visto a mi otro par de botas por ahí, Gran Tigre?

Se levantó aún grogui, una sed asombrosa rompiéndole la garganta. Fue hasta la cocina para tomar agua pero se acordó de Jim Morrison, despertarse y agarrar en seguida una cerveza, porque el futuro es incierto y el fin estará siempre por cerca…

Mientras Sonita se calzaba sus botas negras con tacos, él se sentó al borde de la cama, dio un buen trago de cerveza y se puso a admirarla. Sonita… Bonita, estaba muy buena, pero era absolutamente disparatada, un caso para llamar a la policía. Cuerpo musculoso de profesora de gimnasia, enviciada en academia y anfetamina, daba clases incluso los domingos. Tenía también otro vicio: el sexo. Con mucho alcohol, escándalos y arañazos. De familia rica, aparecía a menudo en los periódicos como gente de bien, pero le parecía estimulante cazar roqueros melenudos en el submundo alternativo. Cuando él la veía en la platea de los shows de la banda, ya sabía el guión de la noche: se tomarían todas, ella haría hincapié y pagaría todo y después lo llevaría a un cinco estrellas de la rambla donde él le retazaría la ropa, dejándola solamente con las botas negras, y harían el sexo como dos bichos alucinados, en el piso, en la ventana, en la mesada de la cocina, y ella de mañana se iría directamente hacia la academia, sin dormir. O podría ser el guión B: ella tomaría demasiado y resultaría mal, echando a perder la noche.

En la fiesta de cumpleaños de Balu, la noche anterior, ella había aparecido usando un vestidito corto y las famosas botas negras, que siempre usaba cuando estaba mal intencionada. Él piropeaba al pedo con una amiga de Ninon, hasta estaba interesado en la mina… pero, hummm, aquella mirada que él ya sabía, aquellas botas, ¿cómo resistirle?

Una hora después Balu abrió un whisky y sirvió a todos. Después puso a tocar su compilación Blues de Balu Volumen 9 y armó un cigarrillo natural, haciendo con que la fiesta enganchara la quinta marcha. A las siete de la mañana Iana, la novia de Balu, tuvo que golpear a la puerta del baño para avisar a los dos zarpaditos que todos ya se habían ido.

– ¡¿Ah, qué pasa?! – Sonita argumentó desde allá adentro. – ¡Hoy es viernes!

– Ni pensar – Iana discordó, paciente. – Ya es sábado.

La puerta se abrió y surgió Luca, la camisa abierta, el cabello todo desordenado.

– El mañana solo llega cuando uno se despierta – él filosofó, solemne.

Luca sirvió una medida más, tomó la mitad y Sonita tomó la otra. Entonces se despidieron y alargaron la noche rumbo al Roque Santeiro, un tugurio en el barrio de Mucuripe que tenía el caldo de carne y la cerveza ideales para finalizar las noches sin fin, al ritmo de Genival Santos, Diana y Odair José. Sonita iba bien, hasta el momento en que se empecinó en creer que una muchacha piropeaba a Luca y se le lanzó encima, tirándola al piso junto con las botellas de cerveza. Ahí no hubo más ambiente y se tuvieron que ir. Típico guión B.

– Aquella de ayer en el baño de la casa de Balu no valió, ¿has entendido, Gran Tigre? Vos no conseguías ni quedar parado.

Luca tomó un trago más de cerveza y siguió admirándola. Los muslos musculosos, la marca del traje de baño minúsculo, los senos pequeños… Ella estaba parada, al lado de la cama, desnuda y deliciosa. Con las botas negras.

– Te atrasarás para la clase, profesora…

– Hay tiempo.

Instantes después, mientras era lentamente penetrada por Luca, ella estiró el brazo, agarró el móvil en la cartera, digitó, erró, digitó de nuevo y, de ojos cerrados y hablando  pausadamente, le explicó a la secretaria de la academia que llamara al profesor substituto pues… había ocurrido un… un… solo un momento… ay… un pequeño imprevisto… sí, imprevisto… solo un momento… hummm… y solo podría dar la clase de las… ay… de las cinco.

*     *     *

Luca agarró una lapicera y, mientras los otros afinaban los instrumentos, se sentó en un rincón del camerino y se puso a garabatear en un papel de servilleta.

– Salió del horno ahora, Junior – él dijo. Y canturreó para que el amigo escuchara.

En la barra hay un lugar
Para el que no sabe adonde ir
Fiesta es lo que nos queda
Y yo estoy apurado, baby
Una medida ahora, ya
Necesito tomar para manejarme

– Me gustó. Pero no te entusiasmes que el repertorio de hoy ya está cerrado, ¿viste, che?

– Lo prometo.

Minutos después Ninon golpeó el bombo de la batería y Luca entró en el tablado. De allí de arriba él podía ver a la platea desparramada por la arena de la playa, el mar al lado derecho, la luna imponente en el cielo… Él se dio vuelta la medida de whisky y tomó el micrófono:

– Buenas noches.

– ¡Buenas noches! – respondieron algunas chicas cercanas al tablado.

– Fiesta…

– ¡Es lo que nos queda! – ellas completaron, entusiasmadas.

El show transcurrió normal. Pero al fin, luego del tradicional Ombligo Blues, Luca sacó una servilleta del bolsillo y anunció, la voz afónica por los excesos de los últimos días:

– Esa se llama Una Dosis Ahora. Todavía no está ensayada. Los pibes me van a estrangular allá en el camerino, pero, carajo, nosotros estamos en la playa, esa luna…

Él agarró la guitarra, se sentó en el taburete, punteó un poco y paró. Le dio la indicación a Ninon, en la batería, para que empezara. Los otros menearon la cabeza, resignados, y acompañaron. La música salió pésima, evidente. Pero había un grupo de muchachas entusiasmadas y ruidosas frente al tablado y ellas aplaudieron y gritaron tanto que felizmente nadie le dedicó mucha atención a la música.

Terminada la presentación, Ranieri apareció en el camerino con una de las entusiasmadas, la cual dijo que le había encantado el show y que tenía unas amigas que querían mucho conocer a los tipos de la Bluz Neón.

– ¿A los neons solteros, no, mija?… – corrigió Celina, tironeando al novio Ninon por el brazo. – ¡Nosotros ya nos vamos para la playa! Y vos también, Balu, porque es hora de que los casados duerman.

Una docena de cervezas después allá estaban los neons solteros con las nuevas amigas en la arena de la playa. La luna del Cumbuco, el viento en las palmeras, el reventar de las olas, todos hablando al mismo tiempo. Junior en la guitarra a la cual le faltaba una cuerda, Ranieri en la latita de cerveza abollada y Luca en la casi voz. Más músicas, más cerveza.  ¿Alguien tiene hojilla? Ah, Junior, toca aquella, dale. ¿Fumar acá no resultará mal? Nos van a multar por exceso de placer. A ver si nos consigues unas entradas gratis para el Papalegua, dale. ¿Ésta cerveza es la mía? El ombligo más hermoso es el de Ranieri. Bañarse en el mar de noche no hace mal. No hace mal… hace mal…

¡Tchum! De repente Luca dio por sí. A la vuelta, todo oscuro. Un calor abrasador. Estaba en una sauna.  No, no, en una cama. ¿Pero adónde? Y bajo su cuerpo sudado había una… una mujer. Entraba y salía de adentro de la mujer con violencia y ella decía cosas que él no entendía. Se asustó. Simplemente no sabía quién era la mujer.

Sin interrumpir los movimientos de vaivén, él trató de acordarse… pero solo consiguió recordar el show. Lo que había pasado después no tenía ningún registro. Miró la cara bajo su cuerpo y no vio nada, estaba demasiado oscuro. Colocó atención a lo que ella decía, pero no entendió ni una sola palabra. ¿Sería extranjera? ¿O una extraterrestre?

Todavía estaba muy ebrio. Hizo un esfuerzo para tratar de recordar cualquier cosa… pero nada, no se le ocurría ninguna imagen. Simplemente no sabía con quien estaba teniendo relaciones en aquella cama. Que mierda.

El sudor resvalaba por la piel, pegando su cuerpo al de la mujer anónima. El goce no venía y ya no tenía fuerzas para seguir por más tiempo. Para completar, alguien había puesto a tocar bien cerca una música barata cualquiera, aé, aé, ó, ó. Pensó en levantarse y encender el ventilador. Pensó en gritar para que bajaran el volumen de aquella música insoportable. No. Todo lo que necesitaba era terminar rápido con aquello, volver a la posada y caer en su cama. Extinguirse.

Cerró los ojos para concentrarse y olvidar el calor, la música, la mujer sin cara. Pero en seguida los abrió otra vez, pues toda la habitación giró. No, vomitar ahora no…

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El Irresistible Encanto de la Insania

CAPÍTULOS

prólogo – 1 -2 – 3
4 – 5 – 6
7 – 8 – 9
10 – 11 – 12

 

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